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—¿El señor no le contó nada?
—Debe saber que a él no le gusta hablar sobre su familia —le respondí.
—Sí, es usualmente es bastante cerrado —asintió Miranda.
—Estaba en lo correcto entonces —susurré dejando salir un suspiro de alivio.
—Los abuelos del señor ya fallecieron. Sus padres viven en la mansión principal, el señor también tiene una hermana, pero ella estudia al extranjero hace años. El señor no visita la villa realmente.
—Entiendo.
Al parecer la familia de Herbert no tenía una historia muy complicada. Si tenía suerte, quizás no tendría que conocerlos nunca. Después de todo, aunque estamos casados, realmente no era algo real. Terminamos de comer y Miranda se levantó para lavar los platos. Traté de ayudarla, pero me insistió en que descansara.
Me senté en el sofá de la sala y Herbert estaba bajando por las escaleras. Al verlo, no pude evitar abrir los ojos con sorpresa. Estaba usando la ropa que le había comprado, un traje plateado, una camisa azul pálido y una corbata color vino. Le había comprado estas prendas pensando en que podría combinarlas con lo que ya usaba normalmente, no pensaba que las usaría todas de una sola vez.
Se veía increíble, y no pude esbozar una sonrisa feliz.
—¿De qué te ríes? —me preguntó.
—Nada, me acabo de acordar de algo gracioso —le mentí.
—La verdad, no estoy seguro si esta bien mi ropa, ¿y si me cambio? —dijo con nerviosismo.
—Te acostumbrarás, te ves mucho mejor que con tus trajes negros. No vuelvas a esos colores, son tan sombríos.
—¿En serio?
—¡Sí! ¡En serio! —le dije con entusiasmo, y Herbert de nuevo revisó su ropa.
—Si lo dices... te haré caso.
Asentí desesperadamente, tratando de convencerlo de que se dejara el atuendo. Era un poco más llamativo de lo normal, pero le quedaba de maravillaba.
—Múdate al dormitorio principal esta noche —me susurró en la oreja y yo me quedé viéndolo con sorpresa.
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