Narrador Omnisciente:
Finalmente habían llegado a la habitación de aquel lujoso hotel en el centro de Rumanía. Pía y Dante a pesar de los dos tener unas copas de más estaban muy seguros de que era lo que quieran.
—¿Estas segura de que esto es lo que quieres? —cuestiona el castaño con sus manos sosteniendo las mejillas de la rubia que sonrojada y con su corazón acelerado solo pudo asentir porque muy en el fondo estaba al tanto de que él era con quien quería compartir este momento, aún, conociendo todo el daño que él mismo le había ocasionado, sentía que había algo detrás de tantas terribles acciones.
Pía sabía lo que llegaría a suceder después de este día; sin embargo, a pesar de todo, deseaba seguir adelante, llevaba un buen tiempito aguantando las ganas de al menos sentir los labios de aquella bestia encima de los suyos.
Solo bastó el primer roce en aquel auto para que ella perdiera la cordura; las calientes hormonas se apoderaron del inocente cuerpo de la jovencita de ojos celestes como el océano.
Al contrario de Dante; aquella bestia de ojos marrones y cabello castaño suave sentía como por sus flujos sanguíneos ya no corría sangre; al contrario, era lujuria y deseo. En el momento que aquellos labios carnosos degustaron el dulce sabor del champagne su miembro; para ser exactos y sinceros; esta fue lo que dijo ya es el momento; algo ilógico pero real.
Él macho dominante estaba siendo dominando por la cabeza de su pene erecto.
Con un inmenso afán se adentraron en el ascensor. La chica se mordía sus labios sintiendo el latir de su corazón.
Ella no sabía que solo aquello podría ocasionar tantas explosiones masivas en el cuerpo de aquel hombre de treinta y un años. Nunca en su maldita vida una jovencita lo había traído tanto; aunque, siempre han dicho que hay una primera vez para todo.
Pía; sin saber que cada uno de sus movimientos estaban siendo supervisados por el hombre que estaba a unos pequeños centímetros de ella, volvió a morderse su labio inferior pero esta vez con mucha más dureza, a la vez que su mano se pasaba por su hermoso y provocativo vestido rojo. Justo ahí; se creó la tormenta de lujuria. Mientras el elevador ascendía con lentitud, el castaño se acercó de forma apresurada al cuerpo de su ángel; colocó sus brazos a cada lado de la cara de la chica provocando que esta, con sus pupilas dilatadas y su respiración errática, lo observara curiosa y desconcertada.
—¿Qué sucede? —interrogó ella con voz baja y un pilin entrecortada por su respiración.
Él la observó; mantuvo su mirada en el rostro de su perdición; de su peligro; o como su mejor amigo le dijo en el momento en que le hablo de la joven rubia, Pia es y será la mujer más peligrosa del mundo, debido a su carácter ingenuo, pero rabioso... y cuánta razón tenía esta vez...
En este momento sus emociones estaban descontroladas; y para que mentir, su calentura ya lo estaba controlando.
Sin pensar volvió a cruzar su mirada con la de esa joven de solo veintidós años que lo había cautivado con esa inocencia, sus tontos sonrojos, su madurez; con aquellas cualidades de las que él tanto escaseaba.
Aproximó sus labios carnosos y un poco rojizos a los rosados y finos de su virgen favorita, no dudo; ni siquiera pensó cuando al ver como ella se sonrojaba por la intensidad de su mirada color marrón sus mejillas se tornaron de color rojo. Ella bajó su mirada y él tomó su mentón con una mano, levantándolo y acercando sus labios más de lo debido, logrando percibir sus alientos a alcohol.
—Anhelo volver a probar tus labios —susurro con voz ronca y suplicante—, ¿Me dejarás?
Incluso su pregunta lo sorprendió a él; nunca en su vida había suplicado a alguien por un simple beso; él era de los que cuando quería algo lo tomaba sin importar quien saliera dañado, era ese que te decía las verdades en la cara sin dudar ya que para él mientras más crudas menos dolerían; ¿Para que endulzar la verdad?, Al final terminara siendo una mentira.
Ella lo miraba de manera dudosa; conocía a Dante, sabía que apesar de que sus hormonas hubieran tomado el control aún le quedaba un poco de cordura en su interior... Tal vez muy en el fondo, pero igual quedaba.
—Yo... —respondió pero aunque sabía que quería aquello, temía lo que sucedería en la mañana; sin embargo, pensando los pro y los contras; las enormes puertas del elevador se abrieron dejando que lograra ver el corredor tan perfecto, con una escasez de personas sorprendente.
Él había escuchado el sonido que los alertaba de que ya podían salir; pero algo en su interior quería permanecer ahí... No sabía lo que sucedería, él se conocía y, hoy el alcohol estaba en su sistema, pero; ¿Y mañana?
La lucidez lo obligaría a hacer eso que tanto había hecho con las demás, y apesar de cuestionar aquello no dudo en lo que haría.
Estampó sus labios encima de los de la chica.
Aquello se podía resumir en una palabra... Perfección.
Los labios de aquella jovencita de cabellos dorados eran tan adictivos y atrapantes que lo llenaban a un punto que él deseaba no dejar de probar nunca más.
Sus manos se aferraron al cabello de Pía; las manos de ella... Esas no sabían donde permanecer quietas; sin embargo, el nerviosismo estaba apoderándose del cuerpo de la joven.
Dante se aferró más al cuerpo de aquella chica, la besaba con euforía.
Lamía, mordía, chupaba, degustaba, disfrutaba, deseaba, moría dándole de todo lo que siempre había querido darle a aquellos labios.
La inexperiencia de Pía lo incitaba a volverse su maestro; él dueño de transformar a ese ángel que no había disfrutado de los pecados más deliciosos de la vida.
Él estampó la espalda de la chica contra aquella puerta que daba a su habitación. Ella soltó un quejido al sentir el impacto, pero por nada del mundo separo sus labios del chico que tantas veces dijo que odiaba.
Su cuerpo no solo temblaba por los nervios de no tener experiencia y el temor; también sus bragas ya se habían empapado con sus fluidos al sentir cada mordida y beso posesivo que el hombre maduro le daba.
Por inercia, ella no sabía cómo; movió su cuello a un lado dejando que Dante la mirara de esa manera tan suya; esa tan posesiva que la enamoraba sin darse cuenta; él al ver como ella lo invitaba a sentir el olor de su piel no dudo.
Abrió la puerta y al cerrarla a sus espaldas lograron ver como la hermosa luz de la luna y algunos faroles de la calle iluminaban la estancia.
Él; con dureza destrozó el vestido de Pía; gustoso por ver los pecaminosos pechos naturales de la joven envueltos en un ajustador de encaje y su abdomen plano la agarró del cabello; ella sorprendida por la rudeza que este hombre estába desarrollando se alejó y lo observó totalmente descolocada.
—¿Y eso por qué fue?
—No sabes las putas ganas que tenía de destrozador aquel vestido; odiaba como te miraban todo los de esa fiesta, despreciaba tenerte tan cerca y no poderte tocar; y se feliz que lo estoy diciendo porque estoy borracho porque sabes lo terco y reservado que soy —ella asintió; sabía que él en su sano juicio no le diría aquello; y honestamente no le importaba, al menos ahora se había liberado.
Él no aguantó las ganas y alzó el cuerpo de la chica en el aire tomándola por las caderas; ella enredó sus piernas en la cintura de este y mientras él volvía a atacarla, pero esta vez era su cuello, ella gemía sin poder soportar esas ganas.
Ya las respiraciones de ambos estaba bien apresuradas; los latidos acelerados; sus hormonas pedían más; sus mentes intentaban negarse, pero su corazón no les daba ese permiso.
Dante lanzó el cuerpo de Pía encima del cómodo colchón; la chica no pesaba nada.
El enorme colchón se hundió al sentir el peso de la rubia; él, con la mirada atenta de la chica de ojos azules se deshizo de aquel traje que le impedía tantas cosas.
Sus ojos se sorprendieron al ver en la mirada de aquella chica inocente, pensamientos tan indecentes.
La mirada azulada continuaba prestando atención a cada movimiento que hacía el castaño.
—¿Te gusta lo que vez? —cuestionó con una sonrisa de autosuficiencia en su boca.
—Es una pregunta o una afirmación —eso bastó para que él se acercara y la volviera besar como nunca; con ese deseo que los estaba absorbiendo cada día más.
—Cada vez me sorprende más señorita Melina —su tono fue coqueto y juguetón.
Ella no habló; se volvió a sonrojar al percatarse de sus palabras, parecía que el alcohol le soltaba la lengua más de lo debido, sus ojos grandes se quedaron en los labios de aquel hombre de ojos marrones.
—¿Lista para dejar tu inocencia atrás?
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