Dante:
El dolor de cabeza ya comenzaba a ser insoportable. Intento abrir mis ojos de un tirón, pero aquello fue un terrible error.
Con cuidado voy moviendo mi cuerpo, a la vez intento abrir mis ojos por segunda vez; sin embargo, está vez fue más despacio para poder acostumbrarlos a la fuerte luz solar que entra por el balcón.
Siento mi cuerpo relajado y descansado, pero mi cabeza; aquella estaba que por cada sonido parecía que poseía una bomba que pronto explotaría.
Los recuerdos de la noche anterior llegaron a mi mente ocasionando que me mordiera con dureza mi labio inferior y mis latidos se aceleraran.
Me levanto despacio y observo con cuidado el hermoso rostro de la rubia pasando uno de mis dedos por el cabello que le caía todo enmarañado por su cara; aquello me permitió ver sus labios y esa piel terza que poseía.
Aún no creía como aquella bella se había enamorado de esta bestia.
Entré con prisa en el baño, introduciendo mi cuerpo en la ducha de agua caliente cuando por un maldito impulso tomé mi teléfono celular y llamé a mi jefe de seguridad.
Al primer tono contestó.
—Necesito que prepares todo para irnos hoy mismo de vuelta a Canada —me respondió con un si al recibir mi orden y deje que el chorro de agua cayera finalmente por encima de mi cuerpo.
Ya estaba sucediendo lo que tanto temía y no le daría rienda suelta, primero lo cortaba de raíz. Alcanzé el jabón líquido y lo exparsí por todo mi cuerpo eliminando el sudor que el sexo de ayer me había dejado.
Minutos después ya estaba saliendo de la ducha completamente vestido; tomé mis llaves y antes de irme le dejé una pequeña nota encima del desayuno. Conocía que al leerla me odiaría, incluso la vergüenza que sentiría al pensar que la había dejado usar; sin embargo, no podía dejar que los sentimientos entorpecieran mis propósitos.
Bajé con prisa al lobby del hotel encontrando finalmente una de las camionetas que me llevaría directo a la oficina central para concretar lo necesario para aquel trato billonario.
Unos hombres vestidos de negros que eran mis súbditos abrieron la puerta trasera permitiendo mi entrada, mucho antes de adentrarme en aquel auto con asientos de cuero y neumáticos reforzados observé a mí espalda el lugar donde todo había comenzado; con frustración pase mis dos inmensas manos por mí cabello tratando de calmar esas incesantes cruces que me decían que me volvería. Respiré y sin volver a dejarme llevar con lo que me estaba sucediendo tomé asiento en la camioneta, dejando que comenzará a moverse hacia mi destino.
Mi móvil sonó con un mensaje de confirmación de que todo estaba listo. Una sonrisa se creó en mis labios en el instante que me dijeron que ya ella se encontraba en aquel avión.
Solo faltaban algunas calles para que llegara finalmente a aquella empresa.
Los carros permitían que pasará primero como si del presidente se trataba; sin embargo, yo era más que eso.
Volvieron abrir mi puerta y con agilidad salí arreglando los botones de mi traje.
Las puertas de cristal se abrieron automáticamente al reconocerme y sin dudar ni siquiera un segundo me dirigí al ascensor olvidándome de la chica que días antes me había follado en este mismo lugar.
Minutos después de que ella me hubiera dado su número lo rompí, olvidando de que no volvería por un tiempo a este país.
Las puertas del elevador se abrieron permitiendo mi entrada y pulse el botón, ocasionando que las puertas se cerraran y este comenzara a elevarse.
Tomé mi teléfono de mi bolsillo y le envié un mensaje a Romeo de que pronto estaría en la empresa, además de que el trato ya casi estaba cerrado por completo.
Minutos después las puertas se abrieron y con prisa, entre en la oficina encontrando mi objetivo, un hombre castaño con rasgos asiáticos que era casi el jefe principal de la empresa Collette.
—Estoy para finalmente cerrar ya ese negocio, necesito volver a Canadá a encargarme de la empresa para compensar con lo indispensable —este asintió entregándome el papel que demostraba que aquello ya estaba en mi poder.
—Muchas gracias por colaborar con nosotros señor —asentí y dí media vuelta saliendo a una velocidad prudente de aquel establecimiento.
Repetí el mismo proceso, me subí al elevador, presioné el botón del piso cero y al abrirse las puertas salí de ahí con dirección a la camioneta que me esperaba para llevarme al aerodromo privado.
En segundos ya estaba en mi destino.
La hermosa aeronave con mi apellido en este era de un lujo exuberante.
Subí las escaleras entrando y al acercarme al asiento mis ojos se cruzaron con los de la rubia de ojos celestes.
Su mirada me suplicaba una explicación de porque la había dejado después de aquella noche; aunque eso era algo que solo yo sabría.
—Azafata —llamé con apuro mientras me sentaba en el asiento que daba frente con frente a Pía.
—Dígame señor Vivaldi —llego con prisa a atenderme.
—Traigame una botella de Brandy, la necesito.
Mis ojos se cruzaron con los de la rubia a la vez que se sonrojaba y miraba por la ventana ignorando mi mirada pero sabía cómo su cuerpo reaccionaba a esta; su respiración ya estaba más acelerada y era notable al ver su pecho subiendo y bajando a una velocidad demasiado sorpréndente.
Horas después ya estábamos despegando y mi boca se hayaba bien pegada a la boquilla de la botella. Aquel líquido amargo caía por lo garganta con pudor y prisa, aunque yo no realizaba ningún mohín por el fuerte alcohol, al contrario, estaba bastante acostumbrado a aquello.
La mirada de Pía en segundos se colocaba encima de mi cuerpo y aunque lo hacía con el rabillo del ojo sabía muy que me veía.
Su rubor desaparecia por segundos, pero luego volvía hacer acto de presencia como si fuera llamado por mis demonios o incluso mi mirada y eso me había sentirme las hijo de puta que nunca porque me encanta las sensaciones que yo solo le ocasionaba.
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