Pía Melina.
Siento el hermoso cantar de las aves colarse por las enormes ventanas de aquella habitación.
Las pequeñas ráfagas de aire que se colaban por aquel balcón me estaba despertando de aquel sueño tan reparador y casi maravilloso en el que estaba sumida, con una radiante sonrisa moví mi mano aún con los ojos cerrados sintiendo mi lado derecho totalmente vacío. Aquello ocasionó que los ojos se abrieran con rapidez siendo cerrados al sentir el enorme y fuerte dolor de cabeza por lo ingerido el día anterior.
—¡Demonios! —exclamé sobando mi cabeza con mis manos.
Me senté en la cama sin ni siquiera abrir los ojos sobando mi cabeza calmando ese molestó dolor.
—¡Dios!... Promete que no me dejaras beber más —observe al techo pensado que tal vez había escuchado mis peticiones.
Con mis nervios controlando mis movimientos incluso el temblor en mis manos de que lo que estaba pensado o incluso lo que yo misma temía se hiciera realidad hubiera sucedido me estaba volviendo loca.
Finalmente después del tercer intento logré abrir los ojos sin problemas; tardé un poco para acostumbrarme a la luz que se introducía por aquel balcón con barrotes de hierro reforzado.
Giré mi cuerpo mirando con mis mejillas sonrojadas la cama desecha sintiéndome la mujer más afortunada por todo lo que llegue a sentir con él; sin embargo, hay un dicho que dice que nada dura para siempre y esta no sería la excepción de la regla. Mis ojos lograron ver una nota que llamó toda mi atención en el carrito con el desayuno.
Continuaba estando con el cuerpo un poco dolido y mi entrepierna ardía.
Me aproximé y tomé el papel.
Volveremos a Canadá hoy... Prepárate.
Leer aquellas palabras me habían descolocado por completo, estaba sola en una habitación de un hotel lujoso, en un país desconocido, había perdido mi virginidad con el más cabrón de lo cabrones y apesar de que me había dejado más tirada qie nunca no me sentía para nada mal o dolida.
Ya lo sé; algo sorprendente en mi; sin embargo, el cambio que él estaba ocasionando en mí en cierto modo me estaba asustando.
Me levanté de la cama cubriendo mi cuerpo con la sábana de seda impidiendo que alguien viera mi figura tan diminuta y escasa de cuevas. Entré en el cuarto de baño... Su perfecto afterchey me golpeó de una manera que los recuerdos llegaron a mí cabeza con una bomba nuclear.
Sus besos; sus caricias; sus lametones... ¡Joder!, Lo habíamos hecho tantas veces que estaba al borde de un colapso nervioso, en mi vida hubiera sabido que aquello era tan delicioso. Mordí mí labio inferior observando mi reflejo en el espejo todo inocente cuando el día anterior estaba gimiendo como toda una puta.
Los toques en la puerta me sacaron de mis divagaciones y con el albornoz cubriendo mi cuerpo ahora susurré un adelante, permitiendo el acceso a un enorme hombre con cabello castaño y ojos verdes con un traje negro cubriendo los músculos que poseía.
—Señorita Melina, el Señor Vivaldi quiere que la llevemos segura hasta el avión privado —me informo y mis sumos continuaron subiendo en ese momento, apreté los puños a mis costados, incrustando mis uñas en mi piel; asentí fingiendo una sonrisa a la vez que él me daba la espalda desapareciendo por la puerta.
Volví a introducir mi cuerpo en el cuarto de baño, deshaciendo aquel nudo del albornoz rosa claro a la vez que mi cuerpo era mojado por las gotas que caían de aquella ducha.
—Te odio Dante Vivaldi; prometo por lo más sagrado que será la última vez que caeré ante tus encantos —me dije a mi misma y a la nada mojando mi cuerpo a la misma vez que decía aquello.
Permanecí en aquel sitio por minutos hasta que finalmente mi cuerpo estaba limpio de lo que creía era suciedad; anhelaba poder borrar las marcas que habían quedado grabadas en mi alma pero eran imposibles.
Tomé un vestido veraniego a pesar de que en aquel lugar hacía un frío que congelaba las piedras pero pronto estaría en casa y todo volvería a ser como antes.
Ate mi cabello en una coleta pero después decidí que libre sería mejor.
Minutos después de creerme lista volvieron a tocar la puerta y era el mismo hombre de antes; devoré con demasía el delicioso bollo que estaba en aquella bandeja y con prisa salí justo detrás de aquel hombre. Su espalda era ancha y suculenta.
No tanto como la de Dante.
Mis ojos se abrieron en una total confusión al escuchar aquellas palabras observando con miedo a todos lados.
No mires a ningún lado, soy tu conciencia.
Aquella respuesta no me la esperaba pero ignorando sus palabras continúe mi camino.
En segundos bajamos en el ascensor directo a la camioneta negra que estaba en la entrada del hotel.
Horas pasaron después de que entré en aquella camioneta.
El silencio sepulcral se adueñaba de aquel pequeños espacio.
—¿Tenéis pareja? —cuestione a los dos hombres morenos que estaban justo delante de mí colocando mis manos en los cabezales de sus asientos.
No respondieron a mi pregunta; al contrario, continuaron con su atención fija en la carretera; sin embargo, no sabían lo intensa que llegaba a ser cuando me lo proponía y este era uno de esos momentos.
—¿Hijos? —pregunte y fue totalmente en vano; parecía que no tuvieran lengua o fueran simples robots.
Una loca idea llegó a mi cabeza de niña y sabía que sería liberada por mis labios en segundos.
—¡Ya sé! —exclamé llamando la atención de los hombres finalmente—, sois esos androides de máxima tecnología.
Ellos se miraron entre ellos al escuchar aquello y segundos después estallaron en carcajadas como si lo que hubiera dicho era lo más gracioso de todo el maldito mundo.
—Señorita guarde silencio y siga en su lugar; ya casi estamos llegando —zanjó el conductor después de controlar sus carcajadas.
—Okay —hable bastante bajo y volví a pegar mi espalda en el asiento trasero.
Con mis tacones no muy altos repicando en las alfombras, un ruido molesto provocaba el dolor de cabeza de aquellos señores que estaban delante y apesar de no ser muy inteligente en algunas cosa; era fácil para mí leer ciertas actitudes. Mis manos estaban en mi regazo sosteniendo el vestido tratando de calmar mi temblor.
Horas pase dentro de aquel auto, sumiéndome en aquel silencio tan molestó que me tenía fuera de lugar.
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