Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 62

Dante Vivaldi.

Abrí mis ojos ojos lentamente al sentir los rayos del sol colarse por las ventanas del balcón. Mis manos estaban encima de la cintura de aquella rubia de ojos celestes y me sentía no sé; más feliz o lleno de vida; pero sobretodo, con una ganas de un mañanero que solo ella me ofrecería.

Tome uno de los mechones de su cabello retirando aquellos de su cara, a la vez que observaba lo hermosa que se veía mientras dormía tan calmada.

Deje un beso húmedo en la ilera de su cuello viendo cómo ella se removía y sus bellos se erizaban. Mis labios se alzaron en una sonrisa al saber que continuaba siendo aquel hombre capaz de hacerla sentir como ninguno.

Quito mi mano con cuidado mientras observo su espalda y como su respiración era tan tranquila. Mis ojos marrones estaban fijos en el cuerpo de la rubia qué hacía horas antes me había dado el mejor sexo en mi vida; sin embargo, sólo yo sabría la verdad de los sentimientos que me provocaba aquella chica. Con cuidado me levanté de la cama evitando despertar a mi caperucita roja entretanto me colocaba mis pantalones desgastados y dejaba mi torso totalmente desnudo.

Pasé mi mano por mi cabello arreglando un poco el enredo que se había creado y finalmente sentí el cantar de las aves como una música maravillosa.

Me sentía renovado feliz tenía miedo de esas emociones trabadas en mi garganta que necesitaban ser liberadas; no sabía que me había hecho aquella chica de ojos celestes sólo sabía que me hacía sentir como si estuviera volando, y sé que estaba sonando bastante cursi pero que más dá, me importa una mierda lo que piensen los demás.

Con cuidado de no despertar a la bella durmiente, me acerqué a la puerta de madera de la habitación de mi hermano; sí, estábamos durmiendo en la cama de mi hermano; es decir, le había robado a su mujer. Bueno, prácticamente él me robó a mi mujer, y siendo honesto no sentía ni una pizca de remordimientos por el daño que le ocasione, ella sabía que era mía, solo mía y le advertí que si otro la tocaba sufriría las malditas consecuencias de esa decisión; no lo mate porque es mi hermano; por ella soy capaz de quemar hasta el maldito infierno si hace falta. Le dije que no siento amor, pero no voy a mentir cuando digo que lo que más siento es esas ganas de no poder dejar de follarmela como si el mundo se estuviera acabando. Lo único que impidió que tuviéramos sexo en aquella enorme cama es que la pobre chica estaba más agotada que nunca. Sí, lo sé, cuándo se trata ella, soy una bestia insaciable que no puede parar de disfrutar del buen sexo que nos confesamos mutuamente, incluso mi falo se había levantado con más fuerza que nadie porque sabía que la reina que le robaba los suspiros, la única capaz de levantarlo estaba durmiendo justo a su lado.

Cerré la puerta con cuidado y bajé las escaleras lentamente con una maldita sonrisa en mis labios que no quería desaparecer con nada. Escuchar a mi madre hablando con Romeo fue el detonante de que mi ego estuviera por los cielos; siempre había vivido bajo mi sombra, sabía lo que yo sé que estaba mi padre de mi en ocasiones pero también sabía que mi madre amaba más a mí hermano; Alaric Romeo Vivaldi, mi hermano menor. Desde pequeño siempre hemos tenido experiencia yo por ser tan frío y él por ser tan increíblemente terco y estúpido sin embargo no podía negar que era un buen chico, aún así lo mío nadie lo toca y si lo tocaste; sufre las consecuencias de tus actos. Él está bien grandesito para saberlo. Sé que le había dolido que ella me eligiera a mí pero qué me importa; era mia y nadie me la iba a quitar.

Terminé de bajar todos los enormes escalones de aquella escalera y me acerqué a la cocina viendo como una de las del servicio estaba preparando unas deliciosas tostadas con jugo de naranja.

Lo primero que hice fue entrar en la estancia ganando varias miradas de todas las jovencitas que ahí estaban; todas deseaban tenerme en su cama, pero ya era de una persona y por primera vez en mi vida no sentí necesidad de caer en las redes de ellas.

—Necesito que me pongan unas cuantas tostadas en una de las bandejas con jugo de naranja y mermelada de frambuesa —asintieron poniéndose manos a la obra.

Abrí la puerta del refri tomando una de mis botellas de agua. La abrí y luego la lleve a mis labios refrescando mi garganta.

—Estarás satisfecho, ¿No?, Me arrebataste a la única chica de la que me había enamorado —la voz de mi hermano ocasionó que girara mi cabeza en su dirección.

—¿Y a mí eso qué? —cuestione y cuando iba a hablar lo interrumpí—, debes saber que su corazón me pertenece, como mismo el mio es suyo para siempre terminarás perdiendo, no entiendo cómo no te das cuenta de las cosas; millones de veces te ha pasado, no con la chicas, pero aún así, sigues yo me refiero a las chicas, pero me refiero a todo.

—Yo no sabía que te amaba, ella nunca me lo dijo; no hasta hoy; pero no te entiendo Dante —habla tomando una botella de vodka.

—¿Qué no entiendes Alaric? —interrogue mirándolo fijamente.

—Puedes tener a todas las chicas que quieras, ¿por qué ella?, ¿por qué Pía?

—No lo sé; sólo... pasó; acaso crees que quiero sentir lo que estoy sintiendo. ¡Joder!, eres mi hermano; sangre de mi sangre, sé que no soy de demostrar sentimientos y a veces a pesar de que eres muy molesto igual te quiero; te tengo aprecio. Pero no quieras venir ahora a quitarme lo que es mío cuando ni siquiera puede ser tuyo. Aunque te hubieras casado con ella sabes que no la hubieras llenado como solo yo sé; sabes muy bien que cuando me prueban es díficil soltarme. No quiero que te sientas mal, pero su alma es mia, la marque y ella lo sabe. No había nada que pudieras hacer.

Me alejé dándole la espalda dejándolo con su corazón roto en millones de pedazos mientras yo me sentía el conquistador del mundo.

La bandeja con el desayuno descansaba en mis manos, caminaba a paso lento evitando que derribar algún alimento o incluso despertarla.

Por primera vez en mucho tiempo estaba sintiendo unos nervios que me estaban volviendo loco. Llegué a la puerta donde ella se encontraba y la abrí con cuidado. Logré ver que todavía seguía durmiendo como nunca. Sabía que el embarazo era agotador pero nunca pensé que tanto.

Cerré la puerta a mí espalda haciendo el menos silencio posible. Me aproximé a la mesa que estaba en el medio de dos butacones, mientras deja la bandeja en aquel lugar con cuidado y me dirigía a la enorme cama.

Mis labios se posaron en cada centímetro de su piel dejando pequeños besos húmedos a la vez que mis manos explotaban por debajo de su vestido. Ella grupos removienodose de manera graciosa, pero sin darse cuenta provocando a mí pene de una forma no muy buena.

—Vamos caperucita; es hora de desayunar —susurré mordiendo el lóbulo de su oreja con una sonrisa.

—No quielo —hizo un hermoso puchero que la hizo ver más como una niña pequeña; aquello ocasionó que mordiera su labio inferior.

Ella continuó moviéndose de aquí para allá intentando alejarse de mi cuerpo hasta que sin pensarlo me introducí justo debajo de las sábanas, subí su vestido, corrí su tanga a un lado y en menos de nada ha la tenía gimiendo como tanto me gustaba.

—¡Oh, Dante! —jadeo arqueando su espalda y mordiéndo sus labios intentando calmar los gemidos que salian de sus labios.

—Amo lo delicioso que sabe tu coño —corri la sábana intentando ver su expresión y lo logré cuando sus mejillas estaban sonrojadas dándome esa perfecta imagen de inocencia que tanto me gustaba.

—Y yo amo como lo degustas —aquellas palabras llegaron a salir de sus labios y por instinto levanté la cabeza con una mirada de incredulidad en mi cara que provocó que ella se volviera mucho más roja.

—Umm, señorita Pía; usted se está volviendo mucho más atrevida de lo normal —mi tono fue coqueto y mas cuando me acerqué a sus labios y los devoré en demasía.

—¿Te gusta? —interrogó con gesto nervioso.

—Todo tú me gusta —y así volví a esmerarme en hacer mi maravilloso trabajo de relajar el cuerpo de aquella jovencita de ojos celestes.

Le ofrecía varios lengüetazos que la obligaban a poner sus ojos en blancos por la excitación; sus pómulos continuaban rojos y la veía tragar cada dos por tres.

Mi miembro como todo intruso ya se estaba saliendo de mis pantalones para disfrutar de aquella vulva inflamada pero excitada a la vez.

Mordía, chupaba, degustaba, a la vez que con mi lengua anhelaba volver a sumirnos en el maravilloso éxtasis que solo yo podía hacer que ella tuviera.

Introducí uno de mis dedos en su interior y solo eso bastó para que se mojara mucho más; mi lengua no dejaba de darle ese placer a su clitoris que tanto me gustaba. Sus piernas temblaban, sus manos se agarraban de las sábanas, su cara la corría hacia un lado intentando cubrir su rostro pero antes de que lo pensara la sostuve por el cuello con un poco de brusquedad y la obligué a que me mirara.

—Nunca dejes de mirarme mientras disfruto tu coño. —demandé y la ví hacerse pequeña en su lugar.

—¿Por qué?

Capítulo 62: 1

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