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Reconquistando el amor de mi exesposa romance Capítulo 4

En el hospital, el aire era denso, cargado de ansiedad y tensión.

Terry caminaba de un lado a otro en la sala de espera, intentaba pensar en que pudo haber pasado, ¿Acaso la comida le cayó mal a Deborah? ¿O estaba enferma?

La imagen de Deborah desplomada en el piso seguía repitiéndose en su mente como un eco interminable.

—¿Qué le habrá pasado? —murmuró con voz ronca, mirando a su asistente personal, Martín, como si esperara que tuviera todas las respuestas.

Martín, incómodo, se encogió de hombros.

—Lo averiguaré, señor.

Unos minutos más tarde, las puertas automáticas se abrieron y los padres de Deborah irrumpieron en el lugar, lucían desesperados.

La señora Linda estaba descompuesta; sus ojos reflejaban el terror de una madre que temía lo peor.

—¡Dime que mi hija no va a morir! —exclamó, sujetando con fuerza el brazo de Terry, como si él pudiera prometerle un milagro.

Terry negó con un movimiento brusco, tratando de mantenerse firme, aunque la duda lo estaba devorando por dentro.

—Calma, Linda. Todo va a estar bien —dijo con serenidad. Pero ni siquiera él podía creer sus propias palabras.

El tiempo parecía detenerse mientras esperaban noticias.

Cada segundo que pasaba aumentaba la tensión en la sala.

Finalmente, el médico apareció en la puerta con una expresión grave que no auguraba buenas noticias.

—¿Cómo está mi hija?

Linda casi le saltó encima, desesperada por una respuesta.

El médico suspiró antes de hablar.

—Ella está estable, tuvo mucha suerte… pero fue envenenada.

Un silencio sepulcral cayó sobre todos ellos, esa noticia no tenía sentido.

—¿¡Qué ha dicho!? —gritó Terry, su rostro enrojeciendo de furia y sorpresa.

—Lo que escuchó. Esto es grave. Hemos informado a la policía; este caso debe investigarse porque, según lo que sabemos hasta ahora, la señorita Leeman fue víctima de un intento de asesinato.

El impacto de esas palabras fue como un golpe en el estómago para todos.

Terry sintió cómo la rabia comenzaba a arder en su interior.

—¿Alguien intentó matarla? —murmuró Linda, incrédula, mientras se llevaba las manos al pecho.

Terry la soltó de golpe, y ella cayó al suelo tosiendo.

—¡Habla! —exigió, con los puños apretados—. ¿De quién recibías órdenes?

La mujer, temblando de pies a cabeza, levantó la mirada hacia él y luego dirigió una débil mirada hacia Linda y su esposo, finalmente, levantó el dedo índice y apuntó a Terry Eastwood.

—¡De su esposa! —dijo con voz temblorosa—. ¡Paz Eastwood ordenó matar a su hermana!

El aire pareció congelarse.

Las palabras resonaron en la cabeza de Terry, dejándolo aturdido.

—¡Mi hija Paz, es tan cruel! —sollozó Linda, aferrándose al brazo de su esposo, mientras lágrimas corrían por su rostro.

Terry sintió cómo su corazón se partía.

Sus ojos, enrojecidos por la rabia y la traición, se clavaron en el vacío, mientras su mente repetía las palabras de la confesión.

«No puedo creerlo… Paz, creí que eras diferente. Creí que me amabas con locura, que me elegiste tu esposo porque veías en mí algo que nadie más veía. Acepté olvidarme de Deborah por ti. ¡Por ti! Pero ahora… ahora veo quién eres en realidad: una mujer fría, despiadada… y capaz de cualquier cosa.»

La furia comenzó a mezclarse con el dolor en su pecho, y una amarga rabia heló su cuerpo.

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