En el hospital, el aire era denso, cargado de ansiedad y tensión.
Terry caminaba de un lado a otro en la sala de espera, intentaba pensar en que pudo haber pasado, ¿Acaso la comida le cayó mal a Deborah? ¿O estaba enferma?
La imagen de Deborah desplomada en el piso seguía repitiéndose en su mente como un eco interminable.
—¿Qué le habrá pasado? —murmuró con voz ronca, mirando a su asistente personal, Martín, como si esperara que tuviera todas las respuestas.
Martín, incómodo, se encogió de hombros.
—Lo averiguaré, señor.
Unos minutos más tarde, las puertas automáticas se abrieron y los padres de Deborah irrumpieron en el lugar, lucían desesperados.
La señora Linda estaba descompuesta; sus ojos reflejaban el terror de una madre que temía lo peor.
—¡Dime que mi hija no va a morir! —exclamó, sujetando con fuerza el brazo de Terry, como si él pudiera prometerle un milagro.
Terry negó con un movimiento brusco, tratando de mantenerse firme, aunque la duda lo estaba devorando por dentro.
—Calma, Linda. Todo va a estar bien —dijo con serenidad. Pero ni siquiera él podía creer sus propias palabras.
El tiempo parecía detenerse mientras esperaban noticias.
Cada segundo que pasaba aumentaba la tensión en la sala.
Finalmente, el médico apareció en la puerta con una expresión grave que no auguraba buenas noticias.
—¿Cómo está mi hija?
Linda casi le saltó encima, desesperada por una respuesta.
El médico suspiró antes de hablar.
—Ella está estable, tuvo mucha suerte… pero fue envenenada.
Un silencio sepulcral cayó sobre todos ellos, esa noticia no tenía sentido.
—¿¡Qué ha dicho!? —gritó Terry, su rostro enrojeciendo de furia y sorpresa.
—Lo que escuchó. Esto es grave. Hemos informado a la policía; este caso debe investigarse porque, según lo que sabemos hasta ahora, la señorita Leeman fue víctima de un intento de asesinato.
El impacto de esas palabras fue como un golpe en el estómago para todos.
Terry sintió cómo la rabia comenzaba a arder en su interior.
—¿Alguien intentó matarla? —murmuró Linda, incrédula, mientras se llevaba las manos al pecho.
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