—¡Adam! ¡Adam! ¿Amor estás aquí? —grito al tiempo que subo las escaleras rumbo a mi habitación, todo está en penumbras, por lo que deduzco que mi marido aún no llega, lanzo un suspiro y en cuanto abro la puerta del dormitorio me quito las zapatillas, voy hasta el cuarto de baño y lleno la tina, en lo que me deshago de mis prendas y el maquillaje.
Hoy fue un día bastante pesado en la oficina y necesito relajarme por lo que agrego unas gotas de aceite de lavanda a la tina y después me meto en ella, cierro los ojos y respiro el agradable aroma que inunda el baño. Cuando siento que comienzo a tener un poco de frío salgo de la tina y me doy una ligera ducha, una vez que termino me pongo una bata y enredo una toalla en mi cabeza, salgo y en cuanto cierro la puerta con el rabillo del ojo veo una figura oculta en las sombras, me giro tan rápido que casi me caigo, pero alcanzo a sostenerme de la manija.
—¿Adam eres tú cariño? —pregunto e intento escudriñar el rostro de la persona que aún se mantiene oculta, se mueve un poco y cuando la luz de la Luna alumbra su rostro doy un paso atrás—. ¿Quién es usted?
—¡Tranquila nena! No debes de temer —susurra el hombre con su grave voz.
—M-mi esposo está en la cocina y no debe tardar en subir, le pido que p-por favor se vaya.
—Sé que estás sola, hermosa, acabas de preguntarme si era tu marido, además, de que te he tenido vigilada desde hace días y sé que tu esposo aún no llega, por lo que estamos completamente solos —dicho esto se acerca y en dos zancadas lo tengo frente a mí.
Me toma por la cintura y me pega a su cuerpo, tanto así que siento como su corazón late tranquilamente, no como el mío que de un momento a otro abandonará mi pecho, intento apartarlo de mí empujándolo de sus hombros, pero me es imposible debido a que es mucho más fuerte que yo, cuando se da cuenta de mis intenciones toma mis manos y las pone detrás de mi espalda.
—Eres más rebelde de lo que me imagine Amelia —susurra en mi oído, mi pulso se acelera cuando me llama por mi nombre y un miedo irracional inunda mi cuerpo. —Te lo he dicho, no debes de temer, la pasaremos muy bien.
Muerde mi lóbulo y sin más mi cuerpo tiembla ante esta acción, posa su nariz en mi cuello y aspira mi aroma, mientras con su mano libre retira la toalla de mi cabeza provocando que mi cabello caiga en cascada, enreda sus dedos y jala de ellos hacia atrás dándose él mismo, acceso a mi cuello. Su lengua traza un lento recorrido hasta mi clavícula, después abre mi bata y su mirada recorre mi cuerpo con tanta lujuria que siento mi cuerpo calentarse, intento zafarme de su agarre, pero cada que lo hago aprieta un poco más fuerte mis manos provocándome un poco de dolor.
—Tu aroma es embriagante Amelia, tanto así que me declaro adicto a ti y eso que aún no te he probado como se debe.
Sin más palabras me lanza a la cama, cuando me veo libre de sus manos, intento apartarme de él arrastrándome por la cama, sin embargo, sus manos me toman por los tobillos y me llevan hasta el centro sin esfuerzo alguno, intento patalear, pero cuando menos lo siento ya está sobre mí, impidiéndome que huya.
—¿Lo ves?, no te cuesta nada dejarte llevar —murmura sobre mis senos antes de dejar una pequeña mordida en uno de ellos, su mano vuelve a bajar por mi vientre y se posa en mi intimidad donde acaricia con delicadeza mi clítoris, trazando pequeños círculos y sin poder evitarlo abro un poco más mis piernas para darle mejor acceso a él.
—¡Así, por favor! —ronroneo, al tiempo que arqueo mi espalda, introduce un dedo y comienza a penetrarme tan lenta y tortuosamente que mis caderas se mueven en busca de profundizar un poco más, cuando agrega otro dedo a mi dulce tortura mis gemidos se hacen más altos, tanto así que me desconozco, nunca había disfrutado tanto con un hombre y menos aún con un extraño.
Mis piernas comienzan a temblar, los dedos de mis pies se retuercen y en una milésima de segundo exploto de placer aún con sus dedos dentro de mí, los retira ante mi atenta mirada y se los lleva a los labios, saboreándolos como si fuese el postre más exquisito que ha probado en su vida.
—¡Por dios Amelia!, tu sabor no se compara en nada a la fragancia que emana de tu cuerpo, ¡eres lo más delicioso que he probado! —baja sus dedos y posa uno de ellos en mi boca—, ¡vamos pruébate para que veas que no miento!
Y justo como lo pide lo hago, envuelvo su dedo con mi lengua y veo como sus ojos verdes (que hasta el momento desconocía su color) se tornan oscuros, suelta mis manos que había mantenido sobre mi cabeza y con un movimiento rápido se deshace de su pantalón y su ropa interior, al instante puedo ver como su enorme miembro salta a modo de saludo, marcándose las venas en toda su longitud, sin poder evitarlo me relamo los labios y vuelvo mi mirada a sus ojos.

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