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Renacer de un Corazón Roto romance Capítulo 9

¿Solo trescientos pesos de regalo para el cumpleaños de su propia abuelita? Encima, Valeria no tuvo reparo en grabar el video de una pieza única de cerámica para quedar bien con unos parientes lejanos adinerados.

¿Así que Valeria era ese tipo de persona?

Nadie lo habría imaginado.

—Mira nada más, —susurraban algunos—, esta niña criada por Regina resultó ser igual que cualquier otra.

El comentario corrió como pólvora, y tanto Regina como Valeria sintieron las mejillas arderles de la vergüenza.

Jorge, incómodo, buscó una excusa y se apresuró a llevarse a Astrid y Regina al tercer piso.

Ese nivel era la zona de oficinas, un espacio tranquilo y casi sin gente. Apenas entraron al estudio, Jorge explotó contra Astrid:

—Astrid, ¿qué te pasa hoy? ¿Te comiste un petardo o qué? ¿Cómo se te ocurre hablarle así a tu mamá?

—Si aceptas el dinero, cumples, —añadió, señalándola con el dedo—. Así que hoy te me comportas.

Astrid, recargada con desparpajo contra el escritorio, chasqueó los dedos y soltó con calma:

—Papá, tú solo me pediste que viniera a celebrar el cumpleaños de la abuelita. Si Regina quiere humillarme, eso cuesta extra. Como no me pagaste por eso, claro que me defiendo.

—¿Quieres que me quede callada y la deje insultarme? Va, ponle un millón más y me quedo callada tres minutos, que Regina me diga lo que quiera y ni chisto.

Jorge apretó los labios, perdiendo la paciencia.

Regina, que escuchó todo, soltó una carcajada amarga:

—Astrid, ¡de veras que no tienes llenadera!

Se acercó a su esposo, y con el dedo apuntando a Astrid, le gritó con desprecio:

—¿No te das cuenta de cómo es en realidad esta mocosa? Igualita a su mamá de rancho, nada más viendo dónde hay dinero... una mujer podrida...

—¡Pum!

De pronto, la cabeza de Regina se ladeó de golpe. En su mejilla derecha quedó marcado un manotazo rojo, ardiente.

...

—Esa mujer de la que hablas, la que según tú solo piensa en el dinero, fue quien casi muere en la cama de parto para darte a tu esposo. Ella nos sacó adelante vendiendo hierbas y sembrando para que yo pudiera comer. Aquí cualquiera puede hablar mal de mi abuelita, menos ustedes dos. No tienen ese derecho.

—Y te advierto: si vuelvo a escuchar que la insultan, les voy a enseñar cien formas de arrepentirse.

Dicho esto, Astrid pasó entre ellos, dirigiéndose a la puerta del estudio.

Regina, fuera de sí, no soportó más y le gritó a la espalda de Astrid:

—¡Tú siempre has sido una sobra en mi vida! Si no fuera porque tu hermana necesitaba sangre para su tratamiento, nunca te habría tenido.

Al escuchar a su esposa sacando a relucir ese tema una vez más, Jorge levantó la voz para regañarla:

—¡Ya basta, Regina! ¿De qué sirve volver siempre a lo mismo?

—¡¿Ahora también me gritas tú, Jorge?! —Regina miró a su esposo con lágrimas en los ojos—. Nuestra Viviana era tan lista... Si ella siguiera viva, Gabriel no podría ni soñar con llamarse genio.

—Mira a Astrid, ¡qué talento va a tener! Solo sabe hacerme pasar vergüenzas en público, y ahora hasta se atreve a pegarme. ¡Para qué la quiero!

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