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Renacer en el Incendio: Me Casé con Mi Salvador romance Capítulo 1

—Señora Lucero, lamento informarle que esta vez la inseminación artificial tampoco funcionó.

Karina Leyva sostenía el resultado del laboratorio entre sus dedos, que no dejaban de temblar. El papel se sentía helado, como si el frío viniera de sus propias entrañas. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces le habían dado la misma noticia.

Siete años de matrimonio, y toda la familia Lucero esperando que ella diera a luz al tan ansiado heredero. Pero su vientre seguía tan quieto como el desierto en plena noche.

Habían probado de todo: noches planeadas, remedios caseros de la abuelita, tratamientos en clínicas, operaciones. Nada había servido.

Se encaminó, lista para tocar la puerta del consultorio de su doctora, cuando escuchó un par de voces cuchicheando en el pasillo:

—…pobre señora Lucero, ya casi no le queda fuerza en el útero, ¿no ve que está destrozando su salud…?

—¿Pobre? ¿Tú no sabes que su esposo ni siquiera quiere hijos? Por más que ella lo intente, aunque lo haga cien veces más, es puro desgaste…

El golpe de esas palabras la dejó paralizada. Su mano, ya estirada hacia la puerta, se quedó suspendida en el aire.

¿Valentín Lucero… no quería que ella quedara embarazada?

...

Volvió a casa en automático, sin saber bien cómo había llegado. Se acurrucó en la cama. Afuera, el sol de principios de verano brillaba cálido, pero por dentro sentía un frío que le subía desde los pies y le calaba hasta los huesos.

De repente, el colchón se hundió a su lado. El olor a alcohol, mezclado con un aroma a madera y perfume caro, la envolvió. Valentín la abrazó por la espalda, sus manos grandes y cálidas se colaron bajo la tela suave de su pijama.

—¿Me extrañaste? —le susurró al oído.

Sus caricias lograban que el cuerpo de Karina reaccionara, temblando de deseo, pero su alma se encogía más y más, como si se estuviera marchitando. Ese hombre, que tanto la había hecho soñar, ni siquiera se había molestado en preguntarle por los resultados del hospital.

—No hubo suerte… otra vez —musitó, la voz tan ronca que casi no se reconocía.

La mano de Valentín se detuvo apenas un instante. Luego, su tono salió tan plano, tan neutro, que no se podía adivinar si le importaba algo:

—Ya veo. Has hecho mucho esfuerzo.

—Tengo que salir de viaje por negocios, estaré fuera dos meses. Cuídate. Dile a la señora que te prepare una sopa de cebolla, eso te hará bien.

Y acto seguido, se inclinó para besarla. Su boca ardía, cargada de deseo y de ese atrevimiento que solo le salía cuando estaba borracho. Karina quiso apartarse, pero no pudo resistirse. Al final, se dejó llevar, como tantas veces antes.

Valentín siempre era cuidadoso. Nunca le hacía daño. Después la llevaba al baño, la bañaba, la secaba y la regresaba a la cama, abrazándola hasta que se quedaba dormida entre sus brazos. Todo parecía tan perfecto, tan lleno de cariño, como si fueran la pareja más feliz del mundo.

Pero esa noche, mientras él respiraba tranquilo a su lado, Karina no podía dormir. Sus ojos se posaron en el maletín que Valentín había dejado descuidadamente junto al sofá.

En siete años de casados, jamás se le había ocurrido revisar nada de lo suyo. Era el respeto básico que sentía por su papel como señora Lucero. Pero ahora, mirando el perfil de Valentín dormido, se levantó de la cama.

Unos minutos después, rebuscando entre papeles y carpetas, encontró una cajita de pastillas blancas. Su corazón se detuvo al reconocerlas: ¡eran anticonceptivos!

Karina se quedó mirando fijamente. Ella nunca los había usado, no desde que empezaron a buscar un hijo. Solo los conocía porque alguna vez, entre amigas, le habían bromeado diciendo que ella y Valentín se querían tanto que nunca los necesitaría.

El golpe de realidad fue devastador. Aunque algo había sospechado en el hospital, ver la evidencia la dejó sin aire. ¿Qué significaba que un hombre que supuestamente busca tener un hijo anduviera con pastillas para no tenerlo?

¿Le estaba siendo infiel? ¿O…?

De pronto, recordó todas esas veces que Valentín insistía en que la señora le hiciera sopa de cebolla. Un escalofrío le recorrió la columna.

Temblando, del fondo del maletín se deslizó una foto. El borde ya estaba desgastado de tanto que alguien la había tocado. En la imagen, un chico sonriente abrazaba a una muchacha, ambos tan felices que dolía mirarlos.

—¿Qué estás haciendo?

Valentín se levantó de la cama y le arrebató la foto, mirándola con una mezcla de rabia y reproche.

—¿Me estás espiando? Karina, ¿desde cuándo eres así de irrespetuosa?

Karina soltó una risa amarga, tan dolorosa que casi le saca lágrimas, como si alguien le estuviera arrancando el alma.

—¿Irrespetuosa? No. Lo que pasa es que estos años… he sido demasiado “respetuosa” —dijo, la voz quebrándose entre sus carcajadas tristes.

Capítulo 1 1

Capítulo 1 2

Capítulo 1 3

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