Isabel se inclinó enseguida.
—Sí, señora.
Jaló a varias empleadas, rodearon a Gonzalo y subieron directo las escaleras, ignorándolo por completo.
Gonzalo, rojo de rabia, señaló a Yolanda.
—¡Tú… tú de veras no tienes remedio!
Sin embargo, ante la furia de Yolanda, se fue desinflando. Al final, ni siquiera se atrevió a enfrentarse de verdad con ella.
En minutos, las empleadas bajaron cargando un montón de cajas y bolsas finas, y las tiraron a los pies de Fátima.
Yolanda, señalando todo lo que yacía en el piso, le soltó:
—Toma tus cosas y lárgate.
Los ojos de Fátima se llenaron de lágrimas al instante, y apenas pudo contener el llanto. Su expresión era la de alguien completamente vencido, como si la familia Leyva la hubiera pisoteado sin piedad y ella no tuviera con quién contar.
Valentín no dudó en pararse delante de Fátima, protegiéndola con el cuerpo.
—Señora, no hacía falta llegar a esto. Si no quiere a Fátima aquí, me la llevo y punto.
Hizo una pausa y miró a Karina.
—Lo de hoy… te fallé, Karina. Pero no voy a cambiar de opinión.
Apretó la mano de Fátima con fuerza.
—Si yo, Valentín, decidí estar con alguien, no la voy a soltar jamás. Vamos.
Sin mirar atrás, jaló a Fátima y se fueron con paso firme.
—Ay, qué lío se armó con esto… —suspiró Gonzalo, entre preocupado y resignado, y salió tras ellos apresurado.
—¡Valentín, Fati, espérenme!
Fátima se detuvo y volteó. Los ojos todavía le brillaban de lágrimas.
—Señor Gonzalo, discúlpeme, de verdad no quería meterlo en problemas.
Gonzalo sintió un nudo en la garganta.
—No digas eso. Esto no fue culpa tuya.
Se acercó todavía más, bajando la voz.
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