Secreto de amor romance Capítulo 40

Victoria ni siquiera tenía que ponerse en su lugar para comprender que era inaceptable, pero ella no era Claudia. Solo podía considerar los asuntos desde su propia perspectiva.

—Qué pena. No soy tan buena persona ni estoy dispuesta a sacrificarme. El niño está en mi vientre, así que si quiero tenerlo o no es mi decisión. Nadie más puede decidir la vida o la muerte de mi hijo excepto yo.

—Tú...

—Si quieres que te devuelva el favor, está bien. Estoy dispuesta a hacer todo lo que me pidas excepto esto.

Su hijo era su familia, así que ¿cómo iba a dejar que otra persona decidiera en su nombre si quedarse con el bebé o abortar cuando ella se resistía a hacerlo?

—¿De verdad vas a hacer lo que yo diga?

—Sí, siempre que no sea nada extravagante.

Los favores deben devolverse, pero si sus exigencias eran demasiado elevadas, entonces ni siquiera debía pensar en ello. Claudia empezó a reflexionar sobre eso; de hecho, antes de ir allí, había predicho que Victoria no accedería a su petición tan fácil. ¿Quién era Alejandro? Era el heredero de la familia Calire. Ya fueran su entorno familiar, su carácter o la forma en que se presentaba, todo era de excelencia.

Para Claudia, nadie en el mundo podía compararse con él. ¿Quién no querría a un hombre así? ¿Qué mujer estaría dispuesta a renunciar a él si conquistara su corazón? ¿Y Victoria? Su familia quedó en bancarrota, lo que la llevó a aferrarse a Alejandro como su salvación. Si se hubiera convertido en su verdadera esposa, habría vivido en una fantasía que la habría llevado de la pobreza a la riqueza. Si hubiera estado dispuesta a renunciar a él, no se habría quedado embarazada.

Se podría considerar al niño como una señal para que Victoria retuviera a Alejandro. Por lo tanto, Claudia no podía permitir que esa señal existiera; de lo contrario, podría provocar que al final no se divorciaran. Como Victoria no estaba dispuesta a abortar, la señorita Juárez tenía que utilizar otros medios. Además, lo más importante en ese momento era calmar a Victoria. Tras pensar en eso, Claudia sonrió y adoptó un tono suave mientras hablaba:

—Claro. Abortar es realmente cruel, ni siquiera podría soportar hacerlo. En ese caso, firmemos un acuerdo.

—¿Un acuerdo?

En cuanto Victoria hizo esa pregunta, Carlos le sirvió la taza de leche caliente.

—Aquí tienes, preciosa.

Claudia dejó de hablar, luego esbozó una dulce sonrisa.

—¡Gracias, Carlos!

Él le guiñó un ojo.

—De nada. Es un honor para mí invitar a dos bellas mujeres a beber algo. ¡Disfruten!

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