Luego de observar el contenido de la bolsa, notó que Alejandro había comprado solo comida chatarra y no quería comer eso, así que la dejó a un lado.
—¿No te gusta nada de lo que compré? —preguntó al ver el comportamiento de la joven.
—No, es que no tengo hambre en este momento —respondió y sacudió la cabeza.
Él no dijo nada y se sentó a su lado. Como el hombre no estaba muy abrigado o quizás porque acababa de ingresar al edificio, Victoria percibió que estaba frío en cuanto se sentó; luego de un instante, notó que solo tenía una camisa de vestir e iba a hablarle, pero se arrepintió.
Ambos permanecieron en silencio; aunque estaban muy cerca uno del otro, no parecían conectados entre sí. Victoria notó que las mujeres que estaban murmurando más temprano ingresaron con sus novios y salían con sus certificados de matrimonio. A medida que se retiraban, observaba cómo los hombres abrazaban por la cintura a sus esposas mientras que ellas le agarraban los brazos; las parejas lucían felices.
Mientras los observaba, Victoria recordó el día que fue con Alejandro al ayuntamiento. Era un recuerdo hermoso para ella en contraste con la situación en la que se encontraba en ese momento. Mientras ella permanecía sumida en sus pensamientos, una persona los llamó y, al escucharlo, salió de su ensimismamiento, pero no se movió.
—Es nuestro turno.
Alejandro tampoco dijo nada y nadie podría saber en lo que estaba pensando; él tampoco se puso de pie. La persona volvió a llamarlos y Victoria suspiró al mismo tiempo que se ponía de pie.
—Vamos —dijo y comenzó a caminar.
—¡Espera! —exclamó para que se detuviera.
Ella se alteró al escucharlo y se mordió con fuerza el labio para evitar voltearse; percibió el gusto a sangre y el dolor la hacía permanecer consciente de la situación en la que se encontraba.
—¿Qué ocurre? —preguntó sin siquiera mirarlo.
Al ver su comportamiento, Alejandro frunció el ceño y justo cuando iba a hablar, comenzó a sonar su teléfono; Victoria se alivió al escucharlo.
—Atiende el llamado, yo te esperaré aquí.
Continuó caminando, pero luego de tan solo un paso, él le agarró la muñeca.
—Espérame un instante —comentó mientras la sujetaba con una mano y sostenía el teléfono con la otra. Al ver la pantalla, frunció el ceño—. Me están llamando del asilo.
Ella se volteó y dejó de intentar liberarse.
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