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Secretos del pasado romance Capítulo 14

«¿Qué está pasando?».

Ana se golpeó la cabeza contra la puerta cuando Camilo la metió en su habitación. Se agachó en el suelo y se masajeó la frente, dolorida. Tras respirar hondo, gritó:

—¿Qué demonios?

Sin responderle, Camilo se sentó en la cama. La luz de la lámpara iluminaba su figura, proyectando una larga sombra en el suelo frente a la cama.

Ana podía ver el contorno de sus músculos bien formados a través de su pijama de satén negro.

Ella se mordió el labio mientras tragaba saliva.

«Soy una inútil», pensó.

Recordó la primera vez que Luis la llevó a conocer a Camilo, cuando ella tenía 10 años. Se enamoró perdidamente de su atractivo aspecto. Cada vez que tenía la oportunidad, salía con él y siempre decía «Milo» esto y «Milo» lo otro. Eran recuerdos dulces y sensibleros de su infancia.

Entonces se consideraba un patito feo, y ahora se había convertido en una rata callejera sin hogar. Sentía que no había cambiado mucho.

Visiblemente irritado, Camilo dijo:

—Ponme la crema. —Le disgustaba repetirse.

Se desabrochó la camiseta del pijama y esta se deslizó por su cuerpo.

—¿Esto también forma parte de... servirte?

—¿Hmm?

Volviéndose a morder el labio, Ana preguntó inquieta:

—¿No dijiste que si te servía me devolverías el trabajo?

Al oír eso, Camilo se indignó. Casi quería echarla de la habitación en ese mismo instante. Al principio pensó que había ido a buscarle la crema porque se preocupaba por él. Pero resultó que lo hacía para recuperar su trabajo.

«Realmente es fría y despiadada».

El ambiente en la habitación cambió. Por razones desconocidas, Ana siempre sentía que el corazón le daba un vuelco cuando estaba a solas con él. Esta vez, sentía que su corazón latía tan fuerte que podía salirse del pecho en cualquier momento.

Camilo siempre tenía una presencia dominante y cualquiera que pasara tiempo con él acababa sintiéndose sofocado por su aura.

Justo cuando Ana se preguntaba si ambos seguirían callados, él habló por fin:

—No cuenta.

Ana replicó:

—Entonces...

—Me refería a servirme como en el vídeo. Deja de fingir que no sabes lo que quiero decir —dijo Camilo con indiferencia. Luego se tendió en la cama con elegancia, como si estuviera esperando para disfrutar de una buena sesión de spa. Continuó—: ¿Quieres que te enseñe el vídeo otra vez?

Ella estaba indignada. Casi quería marcharse allí mismo.

—Si no haces lo que te digo, me aseguraré de que Jaime también llegue a comprender el significado de «servirme» íntimamente —dijo Camilo con los ojos cerrados. Le hizo un gesto perezoso con el teléfono sin mirarla.

«¡Qué despreciable y desvergonzado!».

—Oye, te oigo maldecirme en voz baja.

Ana no estaba dispuesta a echarse atrás. Ya estaba agotada después de hacer el viaje para conseguir la crema, y ahora tenía que lidiar con esto. Replicó:

—¿No me odias? ¿Así que todo irá bien después de que te ponga la crema? ¿Todo irá bien después de que me acueste contigo?

Camilo respondió:

—Oye, al fin y al cabo es gratis. No diré que no a algo gratis.

—¿Gratis? ¿Qué crees que yo...?

—Pues sí —dijo Camilo con franqueza—. Le debes la vida a la familia Frutos, así que no te adelantes. —Luego le hizo una seña y continuó—: Ahora, date prisa y pónmela.

Ella era la causante del brote de sus sarpullidos, así que, naturalmente, sintió que tenía que ser ella quien se ocupara de ello y le untara la crema.

Ana destapó el tubo de pomada y exprimió un poco en la punta de los dedos. Luego se acercó a él de mala gana y empezó a frotarle la crema en las erupciones. Dijo:

—Podría seguir viviendo bien en el orfanato aunque no me hubieran adoptado entonces, ¿sabes?

Camilo disfrutó de la sensación de la crema y de las frías yemas de sus dedos moviéndose por su espalda. Le proporcionaba un alivio instantáneo.

—Qué ingenua —dijo.

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