—¡Marcus! ¿Dónde estás? —exclamó Evana
—Estoy aquí, mi amor, ¿Estás bien? —exclamó Marcus con voz temblorosa
—Sí, ¿Y tú?
—Estoy bien, resiste, mi amor, no dejaré que nadie te lastime.
Ellos no podían ver que estaban atados en una silla, uno tras el otro.
—¡Tengo miedo, Marcus! Pero, si estoy contigo, nada me importa.
—No, mi amor, nada malo nos pasará, confía en mí.
Marcus sentía que su corazón latía muy fuerte, nunca sintió esa clase de miedo, y ahora se sentía como un tonto que había arriesgado a su mujer.
Los hombres estaban afuera de esa casa en medio de la carretera, llamaron por teléfono.
—¡No nos ha depositado el resto del dinero, señor Ford! Ya cumplimos, ¡le enviamos las fotografías, donde su tío y su esposa han sido secuestrados!
—Quiero una cosa más.
—En eso no quedamos.
—No quedaste tú, pero yo sí, quiero que mates a Marcus Ford.
—¿Qué? Mire, si quiere eso, es más dinero, usted se ha vuelto difícil, si quiere que haga el trabajo, deberá pagarme el triple de lo que pedí.
—¿Triple? ¿Acaso enloqueciste, escoria? Te pagaré lo acordado, y más te vale que acabes con él, o de lo contrario, ahora mismo te enviaré a la cárcel.
—¿Crees que me importa ir a prisión?
El hombre colgó la llamada, lo maldijo entre dientes.
—Traigan al hombre.
Marcus sintió unos pasos que se acercaban a él, escuchó la respiración irregular de su esposa, y él tembló de miedo.
—¡Ven conmigo, hombre!
—¡No! —gritó Evana—. Ven conmigo o me levaré a tu mujercita bella.
Él obedeció al instante.
—¡No la lastimen, haré lo que quieran! —exclamó
El hombre lo llevó a empujones, Evana sollozaba, asustada, quedándose sola, rezando en silencio.
Marcus fue empujado hasta afuera, le quitaron la venda de los ojos y lo hicieron caer de rodillas, él no podía ver bien, mirando a todos lados, cuando se acostumbró a la luz, vio a esos tres hombres.
—¡¿Quién eres?! ¿Qué quieres? ¿Quieres dinero? Tengo mucho dinero, solo déjame ir con mi esposa.
—Me van a pagar tanto dinero por acabar contigo, ¿Y tú? ¿Cuánto dinero me darás?
—Todo el dinero que quieras.
De pronto, escucharon ruidos, golpes.
Los hombres se alertaron uno de ellos fue hasta el portón, fue empujado antes de llegar, y lo apuntaron con un arma.
Seis hombres entraron y apuntaron.
El líder tomó a Marcus, empujando su cabeza hacia atrás, y apuntando su sien, el hombre pudo ver toda su vida corren frente a sus ojos, todo lo que pensaba se resumía en una sola persona Evana, pensar que no la volvería a ver, que no pudieron cumplir su promesa de amor, era lo que más dolía en su corazón. Marcus supo que antes de ella, nunca amó a nadie.
Dos disparos, uno tras otro, resonaron con tal fuerza, rompiendo el silencio, Marcus cerró los ojos, creyó que estaba muerto, hasta que sintió unas fuerte manos tirando de él.
—¡Señor Ford! ¿Está bien? ¿Señor Ford? Debemos irnos.
El hombre abrió los ojos, miró su cuerpo, estaba intacto.
—¡Debemos irnos, señor Ford! De lo contrario, vienen en camino los cómplices de estos tipos, y son el doble de nosotros.
Marcus se levantó, fue a adentro, miró a Evana, liberó sus ataduras, ella sollozaba como una pequeña niña, al verlo, se abrazó a él, pero cayó desmayada en sus brazos, al sentir mucho miedo.
Luego del pícnic, Jonathan y Sabrina fueron de vuelta a casa, al entrar, una mujer estaba en la sala, Sabrina la miró con duda, ella la miró con recelo.
—¿Y tú quién eres, mujer?
Jonathan se giró y miró a esa mujer.
—¿Qué haces aquí, Miranda?
Sabrina le miró con miedo.
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