En el campus de la Universidad de Teladia, Alba paseaba por el campo deportivo. El nuevo curso escolar ya había empezado y era la hora de la cena, por lo tanto, en el campo no había muchos alumnos. Alba observó la alta espalda de Miguel y no pudo evitar esbozar una sonrisa ligera en los labios.
Él había ido a la tienda a comprar agua y Alba le había pedido prestado el teléfono para llamar a Micaela. Miguel la invitó a cenar juntos y ella asintió.
Aunque ahora ella no sentía nada por él, podía intentar salir con él para distraer sus sentimientos por Carlos. Después de todo, este Miguel sentía afecto en secreto a ella cuando estudiaba en la universidad, por lo tanto, Alba sentía que a lo mejor podrían quedarse atraídos mutuamente después de pasar algo de tiempo juntos.
Carlos ya le había dicho que su presencia, sus miradas y su ceguera facial eran molestias para él y Micaela, e incluso le había advertido que se alejara de Micaela. No obstante, dejar a Micaela era algo que Alba nunca podría permitirse.
La voz ansiosa de Micaela llegó desde el otro lado del teléfono:
—Dios mío. Alba, ¿cómo puedes estar tan confundida? ¿Todavía recuerdas quién fue a recogerte el día que fuimos a rellenar el formulario?
Alba se quedó un poco desconcertada y preguntó a su vez:
—¿No volví contigo?
—¡No! ¡Te fuiste con Ernesto! ¡Y él le dio un puñetazo a ese Miguel!
«¿Ernesto?»
Sin saber por qué, Alba sintió una sensación amarga al oír el nombre.
—Alba, Ernesto te está buscando por todas partes. Escúchame, ve a buscar un lugar llamativo y espera allí. Le pido a Ernesto que venga a buscarte ahora mismo. Ese Miguel no es un buen tipo y se te acerca a ti intencionalmente.
Alba se quedó congelada ante sus palabras y preguntó:
—¿Miguel se me acerca a mí a propósito?
—Sí. Alba, has olvidado de nuevo a Ernesto. ¡La verdad es que tú y él se aman y conviven juntos! Ese Miguel fue mandado por el padre de Ernesto para que se acercara a ti con el fin de separarte de Ernesto.
Alba frunció el ceño y se rascó la cabeza, muy confundida.
Ahora, su mente estaba en caos. Obviamente, no tenía ninguna impresión sobre Ernesto, pero su nombre le dejaba sentirse triste.
Lo primero que ella pensó fue que ella misma debería estar con tal Ernesto con el fin de olvidar a Carlos y sorprendentemente se enamoró de él. Sin embargo, lo olvidó...
Alba se sintió aún más frustrada al pensar que ella misma olvidaría a quien le gustara en cualquier momento y que solo Carlos, quien era una presencia inalcanzable para ella, estaba siempre en su mente.
Micaela le indicó con voz ansiosa:
—Ve ahora mismo al portal de la Universidad de Teladia y espera allí quietamente, ¿vale? Voy a llamar a Ernesto y pronto vendrá a buscarte, ¿me oyes?
Alba asintió aturdidamente.
Tras colgar, Alba miró fijamente el salvapantallas de su celular, que era una foto suya, que había sido sacada cuando ella iba de la excursión con Micaela. En ese viaje corto, ella había entrado en el arroyo con Micaela, jugando muy alegremente a las aguas, y el fotógrafo había captado esta escena bella por casualidad.
En la foto, ella estaba de pie en aguas cristalinas del arroyo, sonriendo dulcemente, y las gotas de agua que salpicaban creaban un color magnífico a contraluz del sol.
Alba se quedó un poco conmovida.
«A Miguel debo gustarle bastante. Si no, ¿por qué usa mi foto como salvapantallas de su móvil? A mí me debería gustarme mucho en aquel entonces, de lo contrario, no me habría olvidado de su cara. Ay, él debería estar muy angustiado al saber que yo padecí de la ceguera facial y lo olvidé...»
De repente, el nombre de Ernesto volvió a surgir en su mente.
«Mica dice que yo y tal Ernesto estamos muy enamorados, pero ¿por qué no recuerdo nada de este hombre?»
Justo cuando Alba estaba sumida en sus pensamientos, se oyó un tono de llamada que le resultaba bastante familiar. Se dio la vuelta inconscientemente y vio a un hombre alto y guapo que se dirigía hacia ella, quien iba vestido con una camisa blanca, con las mangas remangadas hasta los codos, e irradiaban elegancia.
El hombre sostuvo el móvil en la mano, con los ojos profundos clavados en ella. A contraluz del resplandor del atardecer, se veía extremadamente apuesto, como si fuera un príncipe de cuentos infantiles.
Alba apretó firmemente el celular en la mano y sintió de repente que ella misma era una «zorra sinvergüenza», quien amaba a Carlos, pero quería salir con Miguel, y en este momento, se quedó atraída por este hombre guapo frente a ella.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Te Quiero Como Eres