La voz perezosa del padre de Ernesto, Jairo, llegó desde otro lado del teléfono:
—Ernesto, ¿por qué me hablas con un tono tan duro?
«¡Realmente es él quien se ha llevado a Alba!»
Ernesto golpeó el volante con rabia y gritó:
—¿Qué cualificaciones tienes para hacer eso? Si te atreves a hacer un mínimo daño a mi mujer, ¡no te perdonaré jamás!
Ante las palabras insensatas de su hijo, el padre se enojó un poco y dijo:
—Ernesto, ¿por qué te has cambiado tanto? ¿Me llevas la contraria por una mujer, no, una enfermiza que puede olvidarte en cualquier momento? Si ella fuera una mujer saludable, no tendría ninguna queja de ella. Después de todo, proviene de una familia decente y su estatus coincide con el de nuestra familia Mancebo, pero ella es una mujer con demencia precoz. Si sigues estar con ella, ella se convertirá en un tormento para ti en el futuro...
Ernesto montó en cólera y replicó:
—Jairo, ¡¿qué disparates dices?! ¿Qué demencia precoz? ¡Cuidado con tu forma de hablar! Me gusta ella y eso no es asunto tuyo. Si sigues interfiriendo en mi vida, ¡romperé todos los lazos contigo!
—¡Ernesto!
Jairo se quedó tan enfadado que no supo qué decir para reprochar a este hijo suyo por un momento.
«¡¿Cómo puedo tener un hijo tan rebelde e ingrato?!»
—Jairo, si me devuelves a Alba ahora, tal vez mi hijo pueda llamándote por abuelito en el futuro. De lo contrario, ¡inmediatamente emitiré un comunicado para romper la relación de padre e hijo contigo!
—¡Cómo te atreves!
—¿Por qué no me atrevo? Durante los ocho años que he estado lejos de la familia Mancebo, ¿te he pedido alguna vez un centavo? ¿Ahora quieres actuar como un padre serio que da órdenes delante de mí? ¿Dónde has estado todo este tiempo? Además, si todavía tienes dos hijos prometedores en casa, ¿qué te importa yo, un hijo perdedor? No solo estoy amenazando, ¡y haré lo que digo!
Solo entonces Jairo se dio cuenta de que su hijo menor estaba realmente enfadado, tan enfadado que nunca.
Fue cierto que Ernesto no le había pedido ni un centavo durante los ocho años de ausencia en la familia Mancebo. En los primeros años, a Jairo no le importó nada, pensando que Ernesto era rebelde y terco. Sin embargo, después de unos años, empezó a echarle de menos a su hijo menor. E «hijo perdedor» era términos que Jairo solía usar para regañar al hijo.
Como padre, Jairo sabía que él mismo era muy parcial, a tal grado que hizo a su hijo menor, hombre tan destacado, alejarse de su propia familia.
—No la secuestré y solo dejé que Miguel Saavedra se acercara a ella. Ernesto, escúchame, una mujer así no es digna de ti. Ya basta con que flirtees con ella para divertirte, pero no seas serio en esta relación...
Antes de que el padre pudiera terminar, Ernesto colgó bruscamente.
«¿Es ese Miguel Saavedra?»
Ernesto había investigado la información personal de tal Miguel y descubrió que era un tipo bastante mediocre.
«¿Por qué el viejo ha encontrado a un tipo así para que se acerque a Alba? No, ahora no es el momento de pensar en eso.»
Ernesto se inclinó sobre el volante, pensando en dónde había llevado Miguel a Alba.
«Le gusta Alba, así que él no le hará daño a ella. Y quiere volver a estar con Alba, por lo tanto, posiblemente se la ha llevado a ese lugar...»
Una vez que sacó la respuesta, acto seguido, Ernesto dio la vuelta al coche y se alejó a toda prisa.
***
Micaela daba vueltas por la sala de estar, muy ansiosa, y llamaba una y otra vez a Alba, pero no recibió ninguna respuesta.
Carlos, sentado en el sofá, observó a la mujer dar vueltas nerviosamente y se puso un poco celoso.
—Mica, ven aquí —le dijo él.
Micaela se acercó a él. Inesperadamente, el hombre le agarró de la muñeca, la tomó en sus brazos, y le susurró a su oído:
—Si algún día yo desaparezco, ¿estarás tan ansiosa como ahora por encontrarme?
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