El hombre pasó la mirada por cada cláusula, sin mostrar ningún interés.
Ella solo pedía quinientos mil pesos y la custodia de Isa.
Enrique soltó una carcajada burlona, sin darle importancia alguna, y lanzó el documento al bote de basura como si fuera cualquier papel sin valor.
Para él, Irene solo estaba haciendo un berrinche más. Estaba seguro de que, después de desahogarse, terminaría regresando sola.
...
Irene recogió sus cosas y las de Isa en la casa grande, luego se mudaron temporalmente a un hotel.
—Isa, ¿quieres vivir con mamá fuera de la casa? —preguntó Irene, sentándose a su lado.
Isa miró el suelo, mordiéndose el labio con indecisión, como si llevara una pesadumbre demasiado grande para su edad.
Irene se agachó hasta quedar a su altura.
—Isa, ¿te cuesta dejar a tu papá y a tu hermano, verdad?
Isa deseaba poder llamar a Enrique “papá”. Aún más, anhelaba que su hermano la llevara de la mano y jugara con ella.
Durante la mayor parte del tiempo, ella se quedaba en casa esperando a que Rodri y Enrique volvieran a cenar. A veces, la comida ya se había enfriado y ellos seguían sin aparecer. Siempre era Irene quien llamaba a Isa para que comiera, pero la niña apenas probaba un par de bocados antes de decir que ya estaba llena.
Así, pasaba hambre esperando a que regresaran.
Con el tiempo, aunque todavía estaba creciendo, su cuerpecito se fue haciendo cada vez más delgado, y su salud empezó a resentirse.
Irene pensó que su hija simplemente tenía poco apetito por ser pequeña. Pero solo mucho después, cuando las piezas encajaron, se dio cuenta de que Isa en realidad solo quería esperar a Enrique y Rodri.
Isa levantó la mirada, sus ojitos grandes y oscuros girando inquietos.
—Mamá, ¿el señor no me quiere? ¿Por eso no le gustas tú tampoco?
Las palabras de su hija le atravesaron el corazón como si se lo rasgaran con una navaja. El dolor se instaló profundo y punzante.
—Mi vida, tú eres increíble. Si él no te quiere, es porque no sabe ver lo que vale la pena —Irene le apretó la mano con cariño—. ¿Quieres quedarte conmigo?
Isa asintió con firmeza, aunque sus ojos brillaban con nostalgia.
—Sí… Aunque extraño al señor y a mi hermano, sé que tú eres la que más me quiere. Donde tú vayas, yo voy contigo.
Irene sintió cómo se le llenaban los ojos de lágrimas y abrazó a su hija con fuerza.
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