Todo por mi Hija romance Capítulo 9

—Para cualquier asunto relacionado con Rodrigo, por favor comuníquese con su padre de ahora en adelante —la voz de Irene sonó serena—. Yo no soy su madre.

La maestra frunció el entrecejo. En su mente, aquello parecía una típica pelea de pareja; seguramente estaban enojados y ahora nadie quería hacerse cargo del niño.

—Señora, la situación de Rodri es grave, no es momento de enojarse. Le pido que venga lo más pronto posible.

—Le enviaré el número del papá —respondió Irene, cortando la llamada sin más.

De inmediato, Irene reenvió el número de Enrique a la maestra.

Gabriel, que había visto a Irene contestar el teléfono, se levantó discretamente para darle privacidad.

Irene lo miró cuando terminó; Gabriel estaba cerca de la ventana, observando la lluvia que golpeaba la calle.

Ella se acercó y le dijo:

—Gracias por hoy.

—¿Terminaste la llamada? —preguntó Gabriel, volviéndose hacia ella.

Irene asintió.

—Irene, bienvenida de vuelta —Gabriel le dedicó una mirada sincera.

Ella dejó escapar una pequeña sonrisa—: Pues a ver si me va bien con mi currículum, hay que rezar.

El IAP tenía requisitos muy altos y hacía tiempo que ella no trabajaba en ese sector; ni siquiera estaba segura de que su currículum fuera a pasar el filtro.

Gabriel bromeó:

—Si no te aceptan, yo te contrato como mi asistente.

...

Cuando Enrique llegó al kínder, el cielo seguía soltando una lluvia tremenda.

Dentro, Rodri estaba en la enfermería, cubierto de ronchas rojas y llorando a gritos.

Desde la mañana había sentido comezón, pero para la hora del almuerzo ya tenía la cara y el cuerpo llenos de erupciones.

Isa, al escuchar que su hermano tenía ronchas, sintió preocupación. Mamá le había dicho que el cuerpo de su hermano era especial, que todas las noches debía bañarse con medicinas, si no, le salían las ronchas por todos lados.

Tomó su paraguas y salió de su salón rumbo a la enfermería. El viento hacía que el paraguas se moviera para todos lados, y para cuando llegó, ya estaba empapada de la cintura para abajo.

Al entrar, Rodri la vio y, con el rostro encendido de coraje, le gritó:

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