Un ángel me salvó romance Capítulo 4

—Te equivocas de persona —dijo luego de sacar la mano de su agarre.

Carlos frunció el ceño. «Parece que aún no nos ha perdonado».

—Sofía, sé que nos odias, pero no teníamos otra opción. —Se esforzó por convencerla para que cambiara de opinión.

—¿No tenías otra opción? ¡Ja! Tomaste una decisión en su momento —dijo burlándose.

—El abuelo volvió y quiere verte. Aunque la culpa fuera nuestra, él es inocente. No está muy bien últimamente. —Sabía que José era el único de la familia que le importaba.

—Entiendo; lo iré a visitar. —Como era de esperar, cedió después de que lo mencionara.

—El abuelo me pidió que te lleve a casa.

—Puedo ir por mi cuenta. —Sofía se negó a perder más tiempo con él.

De vuelta en su casa en Horneros, prendió su portátil y escribió una serie de códigos. Después de obtener lo que quería, los envió a la Sección de Integridad Pública.

«Pedro Reyes, ¿eh? ¡Esta información es suficiente para encarcelarlo! A juzgar por las acciones de su hijo, no es más que una escoria».

Luego comenzó a guardar sus pertenencias. Tras salir del aeropuerto, tomó un taxi hasta el hotel que había reservado. Podría haber accedido a volver, pero no a vivir en la residencia Tamarín. En el hotel, se registró y fue a su habitación a ducharse. Una vez lista, llamó a un taxi para ir a la residencia.

—Madre, ¿dijiste que Sofía va a volver? —Victoria se puso seria al enterarse eso.

—Tu abuelo le dijo a Carlos que la trajera —respondió con enojo.

—¿Qué quiere el abuelo? ¡Después de lo que hizo, la gente sigue rumoreando a mis espaldas! Ahora que vuelve, la gente empezará a decir que las hijas de la familia Tamarín son...

Sofía entró a la casa antes de que Victoria pudiera terminar su frase; era evidente que lo había oído. De todos modos, Victoria no tenía miedo de que la escuche.

—Sofía, ¿cómo puedes ser tan descarada? Si yo fuera tú, me hubiera suicidado por vergüenza. —Se burló Victoria—. Si te da pena, puedes acabar con tu vida ahora.

—¿Dónde está el abuelo? —preguntó ignorándola. Al fin y al cabo, había vuelto para ver a su abuelo como él quería.

—¡Mamá, mírala! —resopló con enojo.

—¡Cállate! —Justo en ese momento, José bajó las escaleras—. Sofía es mi nieta y tiene derecho a quedarse aquí. Si tienen algún problema, pueden irse.

—Abuelo, no puedes hacerme esto. Sofía...

—Victoria, ¿no entendiste lo que dije? —interrumpió con un tono amenazante—. Sofía, ven aquí que hace cinco años que no te veo.

A Sofía le daba tristeza ver el cabello blanco de su abuelo; se acercó con obediencia.

—Abuelo, estoy aquí para visitarte.

«Oh, está tan flaca. La abandonaron en Horneros cuando era una niña, y no había nadie que pudiera cuidarla». José le apretó las manos.

—Sofía, no estaba aquí hace cinco años y no sabía nada de lo que había pasado. Ahora que he vuelto, nadie se atreverá a intimidarte —le prometió.

—Gracias, abuelo. —Era el único de la familia que confiaba en ella sin dudarlo.

—No hace falta que me agradezcas. Mónica, ve a limpiar la habitación de la señorita Sofía ahora. —Estaba de buen humor después de ver a su nieta—. Clara, mañana tendrás que inscribirla en una escuela —ordenó.

—Padre, la expulsaron de su escuela hace cinco años. Me temo que ninguna la aceptaría ahora —dijo.

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