—¿Tú y yo? —Jhon rio como si fuera evidente—. ¡Nena, el Servicio Secreto de la Casa Blanca es menos serio que nosotros!
Chiara lo rodeó con sus brazos y lo besó con pura coquetería antes de tirar de él y subir las escaleras de aquel ático bohemio en pleno corazón de la ciudad.
—¡Lo compré para nosotros! —dijo abriendo los brazos y señalando alrededor.
Jhon se quedó anonadado.
—¿Es en serio?
—Bueno... está a medio camino entre tú y yo. Si nos organizamos, podremos vernos casi todos los días —sonrió ella y Jhon la levantó por la cintura, dándole una vuelta en el aire.
Ya más tarde se pondría cavernícola con ayudarla a pagar parte del piso, pero por el momento no lo iba a arruinar con protestas, solo quería celebrarlo.
—¡Esto es lo malo más bueno que has hecho en la vida! —exclamó—. ¡Me encanta! No sabes la falta tan grande que me haces todos los días. Solo puedo pensar en estar contigo... ¡Te voy a hacer el amor diario! ¡Duro contra la mesa, el muro, el suelo, la cama, la silla...!
Chiara reía feliz, emocionada por aquella nueva estaban a punto de comenzar, y realmente quería estar con él.
Así comenzaron a vivir juntos en París, y aunque les costó un tiempo adaptarse, la verdad era que no podían ser más felices. A pesar de la presión constante de la vida y del trabajo, cuando los dos se encontraban en aquella estación, era como si pudieran ser libres.
—¿Siempre vas a estar esperándome aquí? —le preguntó Chiara un día mientras él le entregaba aquel ramo de margaritas.
—Pues cuando vayas a venir en avión avísame para no hacer el tonto, pero mientras, sí, creo que es muy romántico esperar a mi novia en esta estación —respondió él, besándola.
—¡Ufff! ¡Jhon Hopkins romántico! ¿Eso sale en tu currículum?
Jhon le hizo cosquillas y luego se fueron a casa, caminando y conversando de su día con tranquilidad.
—No te preocupes por eso, es imposible que puedas arruinarlo.
Sin embargo Jhon no estaba del todo convencido, y tristemente tenía razón. Dos días después cuando se sentó en el despacho del Subdirector Adjunto en la oficina de Londres, se dio cuenta de que el hombre ya estaba decidido.
—Tú eres el hombre idóneo para esto, Hopkins, nadie ha hecho tan buenos arrestos como tú. Tienes una carrera impecable, sin embargo las aguas han estado calmadas desde que procesaste a Rizzuto, y no quiero que te pongas cómodo. Eres un luchador, así que tengo un caso especial para ti. Resuélvelo, y tendrás mi posición en cuanto termines.
Jhon negó con una sonrisa.
—Si los casos fueran tan fáciles de resolver, no tardarían años. Es bueno saber que no planea retirarse tan pronto como pensábamos —contestó.
—Bueno, quizás sí y quizás no, pero la verdad es que este caso está servido en bandeja —dijo el subdirector—. Esto me acaba de llegar. El Conte de la ´Ndrangheta asomó su cabeza hace un par de días fuera de su área natural y se apareció en un banco de Suiza con todos sus guardaespaldas y varias maletas que estamos seguros de que contienen dinero de la mafia italiana.
Jhon perdió la sonrisa en un segundo y rezó para que no fuera lo que él estaba pensando... pero fue peor. Porque cuando el subdirector puso delante de él aquella fotografía de vigilancia, la mujer que estaba dándole la mano a Franco Garibaldi... era Chiara.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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