Jhon quería que la tierra se lo tragara. Chiara estaba en aquella foto saludando al mayor capo de la mafia que había tenido Italia en las últimas décadas, porque había sido lo suficientemente inteligente como para ir trasladando sus negocios hacia una espeluznante legalidad.
—Lo quiero tras las rejas, Jhon —sentenció el subdirector—. Si no podemos relacionarlo directamente con un cargamento de drogas, está bien, pero ya sabemos que está metiendo dinero en un banco en Zúrich. Nosotros tenemos monitoreadas muy de cerca sus finanzas, y esa cantidad de maletas... tiene que haber más de cien millones de euros ahí, Jhon. Así que necesito evidencia. ¡No puedo retirarme sin ganar al menos un caso como este!
Jhon asintió, pero antes de que pudiera inventar alguna excusa, el Subdirector lo increpó.
—Solo es evidencia, nada más, y estoy seguro de que puedes conseguirla —dijo con un tono que lo puso alerta en un segundo.
—¿Disculpe? —murmuró—. ¿Qué lo hace creer que yo podría...?
—¡Por favor, Jhon! ¿Crees que no sé en qué andan mis empleados? —replicó su jefe.
—¿Cómo?
Jhon se mordió el labio con impotencia, incrédulo de que el Subdirector supiera de la relación entre él y Chiara. No era que la hubiera estado ocultando ni mucho menos, pero eso significaba que también la habían estado vigilando a ella... o a él.
—Sé que tienes una relación con Chiara Keller. Al principio creí que era parte de alguna investigación, que estabas encubierto... pero desde que compraron el piso en Paris, me di cuenta de que la cosa entre ustedes iba en serio. Así que déjame ponértelo sencillo: si consigues la evidencia, yo no diré nada sobre ella. La dejaré fuera de todos los problemas.
Jhon asintió despacio, recogiendo todas sus emociones para poder pensar con claridad.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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