Jhon no sabía lo que aquello significaba, pero sí entendía el concepto de "infierno". Los días que siguieron fueron de absoluta desesperación para él. La policía judicial de la Haya investigaba no si se debía juzgar o no a Chiara, sino simplemente dónde se le debía juzgar. Jhon estaba más que seguro de que Chiara no andaba en nada parecido al lavado de dinero, simplemente había guardado dinero de la persona equivocada, solo eso.
—¡Tienes que hacer que se retracte! —gritó el subdirector adjunto, furioso porque el mayor caso de toda su carrera se le había ido de las manos—. Tienes que hacer que culpe a Franco Garibaldi!
Jhon apretó los puños mientras observaba un punto fijo sobre su escritorio.
—¿Lo saboreaste? —preguntó de repente y su jefe se quedó atónito—. Ya entiendo. Lo saboreaste pero fue por muy poco tiempo.
El Subdirector Adjunto llevaba días fuera de sus casillas, porque ya que había cedido el caso a las autoridades internacionales, no podía recuperarlo de nuevo.
—¿De qué hablas....? —lo increpó molesto.
—He estado pensando en esto... y estuve hablando con algunas personas —murmuró Jhon—. Era una mentira que te retirabas.
—¡Te estás pasando de la raya...!
—¡Era mentira! —gritó él mientras golpeaba la mesa—. ¡Al Director General lo van a separar de su puesto y querías ascender!
—¡Igual mi puesto quedará libre para ti! ¿No es así? —escupió su jefe con rabia.
—¡Tu maldito puesto me tiene sin cuidado! ¡Me usaste! ¡Usaste mi relación con Chiara para conseguir información que de otra manera jamás habría llegado a tus manos! ¡Me engañ...!
—¡Ya deja de darte golpes en el pecho que de nada sirve! —exclamó con desprecio el Subdirector—. Tú sabes tan bien como yo que si te usé fue porque pude, porque tú mismo me lo permitiste. Solo tuve que amenazar tu carrera y elegiste. ¡No finjas que lo hiciste por ella! ¡Simplemente eres como yo, no tienes nada más! ¡Has dedicado tu vida a esta agencia y no eres nadie sin ella!
—Te oí. Me voy de regreso a la Haya ahora mismo —siseó saliendo de su propio despacho porque no quería seguir viéndole la cara.
Se fue directamente al cuarto de hotel donde se quedaba en Londres, recogió una pequeña maleta y se fue a la estación del tren. Allí se detuvo en uno de los casilleros, se aseguró de que nadie estuviera mirándolo y sacó un par de pasaportes, justo los dos que necesitaba.
Se subió a aquel tren con destino a los Países bajos y durante todo el camino fue repasando mentalmente aquel expediente que había tenido buen cuidado de ver en los últimos días. Por más que le molestara el Subdirector Adjunto tenía razón, él era un hombre de muchos recursos, y sí, podría haber salvado a Chiara de él de alguna otra manera.
—Pero no es tarde... —murmuró para sí mismo.
Unas horas después volvía al centro del infierno, a la corte de justicia, y lo dejaban pasar porque la Agencia tenía más privilegios que nadie... todos los privilegios menos los que él necesitaba.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: UN BEBÉ PARA NAVIDAD
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