“No soy ejemplo para nada ni para nadie. Tengo miserias como cualquiera de ustedes. Catorce marcas que me duelen en el alma. Y cien defectos que me siguen y no aprenden…” Manuel Carrasco.
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New- York- Usa.
Algunas semanas habían pasado después de aquel encuentro, tanto Joaquín como María Paz se veían muy poco, y sus encuentros ocasionales se daban cuando el joven colombiano iba a realizar las tareas con su amigo Santiago, las veces que coincidían no tenían mucho tiempo de charlar.
Una tarde en la cual los rayos del sol resplandecían en la casa de la familia Vidal mientras Santiago y Joaquín realizaban un proyecto de Contabilidad, María Paz no se percató de la presencia del joven colombiano y entró de la piscina por la puerta del jardín.
Los labios de Joaquín se abrieron en una gran O, y su mirada de forma inevitable recorrió la piel dorada de la jovencita, sus largas y espectaculares piernas, su cintura estrecha, sus amplias caderas, su firme busto, la garganta se le secó de la impresión.
«Joaquín Duque es una adolescente» se repitió en su mente y desvió su vista.
María Paz enrojeció, sintió una ola de calor en toda su piel, era como si la mirada de Joaquín la quemara, se estremeció por completo, notó como el centro de su intimidad empezó a palpitar, apretó sus rodillas, nunca había experimentado ese tipo de sensaciones, se cubrió con la toalla.
—Hola —saludó—, no sabía que estabas acompañado —Se dirigió a su hermano.
Santy giró su rostro para mirarla, negó con la cabeza.
—Paz, te van a regañar, sabes bien que mi mamá detesta que ingreses con los pies mojados a la sala —recriminó.
—Cómo si fuera la primera vez que me regañan por algo —comentó sonriendo observando a Joaquín, entonces desapareció.
El joven colombiano bebió un poco de agua intentando calmar todo el revuelo que ella causaba en su interior.
—¿Es muy terrible tu hermana? —inquirió a Santiago.
Santy ladeó los labios y asintió con la cabeza.
—Cuando éramos niños, debías tener cuidado de dejar tus tareas al alcance de ella, caso contrario te encontrabas con dibujos, y rayones —expresó resoplando—, fueron varias las veces que mi mamá tuvo que quedarse conmigo hasta la madrugada ayudándome a repetir los deberes que mi adorable hermana dañaba.
—Una verdadera joya —murmuró Joaquín sonriendo.
—Mi papá dice que es un huracán. —Bromeó Santiago—. Es la más decidida de nosotros tres —aseveró observando a su amigo—, ella viaja sola desde los doce años, yo no me atrevía a hacerlo sin mis padres —mencionó—, es arriesgada, siempre consigue lo que se propone, es bastante testaruda. —Bufó el joven Vidal.
—Interesante —comentó el chico colombiano acariciando su barbilla, entonces observó la hora en su móvil y se puso de pie—. Vas a tener que prescindir de mi honorable presencia, pero me invitaron a una fiesta, con unas amigas…—Mordió sus labios—, divinas.
Santiago sonrió divertido.
—No tienes remedio —comentó—, no puedo ir, porque si lo hago, mañana tendremos mala calificación en la tarea. —Miró a su amigo con seriedad.
—La próxima la haré yo. —Bromeó.
Santy negó con la cabeza y lo observó con incredulidad.
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María Paz salió de la ducha y secaba las sedosas hebras de su castaña cabellera con una toalla, entonces escuchó el ruido del motor de un vehículo, y se asomó a la ventana. Miró que Joaquín se marchaba, y suspiró profundo.
—Otra fiesta —susurró bajito, observando con tristeza como él aceleraba y se alejaba. María Paz se colocó su pijama y bajó a cenar con su hermano, puesto que sus papás andaban de viaje.
—Pensé que te habías dormido —comentó Santiago retirando sus libros y su computador de la mesa del comedor.
—No comprendo por qué le haces las tareas a tu amigo —reclamó—, alcahueteas su irresponsabilidad, por eso existen tan malos profesionales —expresó frunciendo el ceño.
Santiago giró y la miró con seriedad.
—Pensé que Joaquín te caía bien —murmuró.
—Sí, me agrada, pero un buen amigo no socapa la sinvergüencería del otro —comentó—, si fuera mi compañero lo tendría aquí clavado en los libros. —Frunció los labios.
Santiago tomó asiento y bebió un sorbo de su limonada, se meció sus rizos dorados y observó a su hermana.
—Lo he intentado, pero con Joaquín no se puede —manifestó con el tono de voz apagado—, pensé que mi amistad sería de ayuda, no obstante, él está acostumbrado a hacer lo que le da la gana.
María Paz respingó, y tomó asiento frente a su hermano.
—¿Y la familia de él? ¿Sus padres? —investigó.
—La mamá falleció cuando él era niño —relató el joven Vidal—, y según lo que Joaquín cuenta su papá se deprimió, envió a su hermano mayor a un internado, y luego hizo lo mismo con mi amigo.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un café para el Duque. (Saga familia Duque Libro 1)