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Un extraño en mi cama romance Capítulo 106

Por fin hizo los arreglos necesarios. Una complicada mirada de humildad, felicidad, culpa y otras emociones se esbozó en su rostro.

-Entonces, esta es la señora Lafuente, directora de la Organización Ferreiro —hablaba sin parar, como si no pudiera esperar para pronunciar la lista entera de títulos y puestos a mi nombre-. Tenemos una plataforma de ventas en línea. Puede echarle un vistazo a la ropa de última temporada en línea cuando salga y llamarnos. Las enviaremos a su casa para que se las pruebe.

El tono distinguido que usaba la hacía parecer una persona completamente diferente. Las empleadas se pusieron en dos filas afuera de la entrada para acompañarnos cuando Abril y yo íbamos de salida. Por suerte, no se pusieron a gritar frases de despedida.

Después de subir al auto de Abril, comencé a arrepentirme de lo que había hecho.

-Compré demasiadas cosas. Y las van a enviar esta noche a la residencia Lafuente. ¿La familia pensará que soy demasiado extravagante?

-¿Acaso no sabes lo extravagantes que son ellos? Sólo son unos vestidos. Ni que hubieras comprado joyas o algo así.

Nos habíamos alejado bastante ya. Cuando volteé, todavía pude ver al personal parado afuera de la tienda, despidiéndonos. Suspiré.

—Se siente genial poder mandar sobre los demás aunque sea por un momento.

-Puedes hacerlo siempre y sentirte genial siempre.

Piénsalo, Isabela, eres la señora Lafuente y la directora de la Organización Ferreiro. Deberías llevar la cabeza en alto y lucir elegante y dominante. Mira a Silvia.

—Deja de meter a Silvia en esto.

-Imagínate que hubiera ido a la tienda. Nadie la ignoraría aunque no supieran quién es.

—Es por su aura. Es tiene clase y es elegante.

-Te equivocas. Es porque su aura es de desprecio y desdén. Tú, por otro lado, no tienes mente propia y siempre sigues a los demás. No tienes ningún aura de autoridad. Así no podrás lograr que nadie en la Organización Ferreiro te escuche.

Abril tenía razón. No tenía nada de autoridad. Suspiré profundamente.

-Por eso dije que no soy adecuada para ser directora.

—Ahí vas otra vez -dijo Abril mientras me daba un golpe suave en la cabeza-. ¿Podrías ser un poco más competitiva? Anda, dilo conmigo: Soy una directora. Soy una mujer rica. Soy la persona más increíble del mundo.

-Claro que no -dije. El chófer estaba en el frente del auto. No podía avergonzarme así.

—¡Dilo conmigo! —gritó Abril.

Mis oídos retumbaron y casi me quedé sorda.

—Bueno, bueno. Lo diré contigo —murmuré—. Soy una directora. Soy una mujer rica...

—¡Más fuerte!

-No quiero decirlo más fuerte. Así está bien.

-¡Dije que más fuerte!

Grité todo el camino a casa. Abril por fin me dejó en paz cuando mi voz comenzó a ponerse ronca. Quería llevarme al gimnasio de boxeo después del trabajo, pero le dije que no había dormido mucho la noche anterior y que aún estaba en mi periodo, así que me dejó por la paz.

Cuando llegué a la residencia Lafuente, la ropa, las bolsas y los zapatos que había comprado ya estaban ahí y atiborraban la sala de estar. El lugar parecía una bodega. Mis cuñadas se juntaron a un lado, mirando el desastre y murmurando entre sí.

-Ja, ja, el típico comportamiento de alguien a quien le acaba de llegar dinero. Comienzan a despilfarrar en cuanto tienen su herencia en las manos.

-Vaya, alguien es rica. Sólo imaginen la montaña de dinero que Ramiro le dejó. Le durará una vida entera.

—Ja, ja, ja, ni siquiera es su padre biológico. Qué envidia.

-Roberto tiene muy buen juicio. Debe ser por esto que la escogió en vez de a Silvia.

-Si van a decir cosas desagradables de alguien, al menos díganlas a sus espaldas -dijo abue mientras la señora Ofelia la acompañaba.

Mis cuñadas se echaron para atrás, como si acabaran de verme.

-No hablamos de ella.

—¿Cuántas esposas ha tenido Roberto? ¿Isa no es la única? ¿Qué les dije? Si no pueden vivir en paz bajo el mismo techo, váyanse de mi casa.

Abue estaba furiosa. Mis cuñadas huyeron de inmediato.

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