Esta noche había sido una de las pocas en las que Roberto y yo habíamos conseguido pasar nuestro tiempo juntos con tranquilidad. Cuando por fin llegamos a la residencia Lafuente y nos dirigimos a nuestras habitaciones, le di las buenas noches a Roberto antes de entrar en la mía y aproveché para decir algo en nombre de Abril.
-Me disculpo en nombre de Abril por lo ocurrido ayer. Así es ella. No piensa antes de actuar, mantuvo esa horrible idea suya en secreto durante los últimos días. Siento mucho lo que hizo.
Me miró sin ninguna expresión y dijo:
—Estoy cansado.
Luego entró en su habitación y cerró la puerta tras de sí, suspiré, esperaba que Roberto fuera el más maduro en esta situación y no le hiciera la vida imposible a Abril. Giré el picaporte de mi puerta, alguien apareció por detrás de mí de forma repentina y me dio un susto.
—Isabela —dijo Emanuel mientras me daba una fuerte palmada en el hombro. Casi se me doblaron las rodillas por la fuerza.
-Me asustaste -dije mientras empujaba la puerta para abrirla-, ¿Qué quieres?
-¿Por qué regresaste tan tarde?
-¿Qué tiene que ver eso contigo? -dije con disgusto.
-¿Estabas en una cena con mi hermano?
-¿Qué tiene que ver eso contigo?
-¿Por qué eres tan agresiva conmigo?
—¿Cuándo volverás a la universidad? Me estás molestando con tu presencia.
-Isabela, el estofado del otro día estaba genial. ¿Cuándo vamos a comer otro de nuevo?
—Puedes olvidarte de eso. Tu hermano se dio cuenta la primera vez que le mentí y fue un infierno para mí los días siguientes.
—De todas formas, no te quedas en la misma habitación. ¿A quién le importa? -dijo y se escurrió en mi habitación -. Compré un nuevo juego, vamos a jugarlo juntos.
Bostecé ruidosamente.
—Estoy agotada, mañana tengo que trabajar, déjame.
—Sólo jugaremos treinta minutos.
-Puedes buscar a Abril si quieres jugar a los videojuegos. Ella también los juega.
-¿De verdad? -Pensó con intensidad-. ¿Cuál es su número?
Miré mi reloj, era pasada la medianoche.
-Te matará si la llamas tan tarde. Volvamos a hablar de esto mañana —le dije y lo empujé hacia la puerta.
No quería marcharse así que lo empujé con más fuerza de la debida y terminé levantándole las mangas de su pijama mientras lo hacía, noté unas enormes manchas rojas y moradas en sus brazos. Se bajó las mangas a toda prisa.
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