Era probable que Roberto nunca imaginase que una mujer asustada pudiera poseer tanta fuerza, luchó durante un rato, pero no consiguió liberarse de mí. Tenía miedo de que me abandonara, así que no lo solté y Roberto por fin cedió.
-Suéltame, no podemos seguir aquí parados. ¿Qué tal si pasa un coche y nos atropella porque no nos vio?
-Caminas demasiado rápido.
-Puedes sujetarme de la manga.
Enseguida lo tomé de la mano, presioné mis dedos en su puño, todavía estaba un poco ebria, eso era una excusa para salirme con la mía. Roberto me arrastró hacia delante, la niebla era cada vez más espesa, no nos atrevimos a andar por la carretera, así que caminamos entre la maleza. La noche anterior había llovido, la hierba estaba empapada y el agua afloraba del suelo cada vez que pisábamos el lodo, el escote de mi tacón era bastante reducido. El agua no dejaba de salpicarme los pies, estaba
congelada.
Roberto trató de liberar su mano de la mía un par de veces, pero me aferré a él con un agarre mortal, giró la cabeza y me miró, sus ojos parecían especialmente brillantes en la niebla.
—Isabela, no esperaba ver tu lado más desvergonzado.
No me importó lo que me dijo, no soltaría su mano.
-¿A qué le tienes miedo? ¿A la niebla? ¿0 tienes miedo de que un fantasma salte de entre la niebla y te coma?
-No me dan miedo los fantasmas -dije.
-¿Entonces, a qué le tienes miedo?
-A la soledad -murmuré-. Lo más aterrador de este mundo es quedarse solo.
-Si tienes la opción de mantener a tu enemigo contigo en lugar de quedarte solo, ¿elegirías estar solo o pasar el resto de tu vida con tu enemigo?
-No existen los verdaderos enemigos en este mundo. Además, no hay muchos rencores que no puedan ser perdonados por completo. La mayoría son rencores insignificantes, no significan nada frente a la muerte.
—Ja. —Resopló—. Eso es lo que yo llamo ¡deas de personas inmaduras.
Lo dejé decir lo que quisiera, no importaba lo que dijera mientras no me dejara atrás.
-Roberto. -Lo llamé, era aburrido caminar en la niebla y no hablar en absoluto. Intenté encontrar algo de qué hablar—, ¿Qué es a lo que más le temes?
-A nada.
-Eres humano, debes temerle a algo. ¿Olvidaste tu miedo a los animalitos tiernos?
Trató de apartar su mano, pero reforcé mi agarre al instante.
-Olvida lo que dije.
Él tendía a reaccionar de forma exagerada, así que no iba a decirle que cuando Emanuel había bebido demasiado la última vez, se le había escapado decir que Roberto estuvo atrapado en un almacén lleno de peluches y que ésa había sido la razón por la que había desarrollado un miedo por los animalitos peludos. Nadie podía recordar todas y cada una de las cosas que le habían sucedido cuando era niño, sin embargo, la infancia era una etapa formativa en la vida de una persona y podía afectar el resto de su vida. Mi infancia había estado llena de altibajos, pero había sido feliz. Mi madre me había metido una cosa en la cabeza repetidamente, y era ejercer la moderación y la tolerancia, tenía que tolerar todo lo que era intolerable.
—Si tienes que elegir entre ser pobre y ser la única persona que queda en este mundo, ¿qué elegirías?
Arrugó la nariz.
—¿De dónde sacas esas preguntas?
—Hay mucho silencio aquí fuera. ¿No te parece aburrido que no hablemos?
-Elijo estar solo -contestó tajante.
-¿Hablas en serio? -Me detuve y empecé a estudiar a ese bicho raro.
-¿Tienes algo que decir al respecto?
—¿Para qué necesitas tanto dinero si eres la única persona que queda en el mundo?
-¿Para qué necesito a otras personas?
No tenía ni idea de cómo debía responder a su pregunta. Se mordió los labios y sonrió.
-Ninguno de los dos escenarios de tu pregunta ocurrirá en realidad.
Eso era cierto, era imposible que Roberto se quedara sin dinero y no había forma de que todas las personas del mundo desaparecieran de repente, a menos que la raza humana se extinguiera como lo hicieron los dinosaurios. Había leído en alguna parte que habían sido exterminados en una sola noche, para que algo tan poderoso se extinga en un instante, debe ser necesario algo más poderoso para destruirlos, ¿Qué sería ese algo más? Debía ser el destino, eso era algo tan aterrador, había perdido a mi madre y a mi padre por culpa del destino.
Podía sentir que la mano de Roberto se calentaba un poco mientras caminábamos, lo miré con disimulo. La mirada hostil en su rostro había casi desaparecido, así que me armé de valor y continué hablando con él.
—Roberto.
—¿Qué? —respondió.
-¿Cuándo te enamoraste por primera vez?
-No lo recuerdo.
-¿Cómo puede alguien olvidar su primer amor?
-¿Son todas las mujeres tan parlanchínas como tú?
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