Roberto era la «sopa de pollo» tóxica para el alma, era más venenoso que el arsénico. No tenía ni idea del porqué intentaba lavarme el cerebro con sus extrañas ideas así que no les hice mucho caso.
Santiago vino y le trajo un juego de ropa nueva, había un baño en mi habitación así que entró en él para tomarse un baño. Santiago se paró junto a mi cama y empezó a charlar conmigo.
—¿Te visitó el médico hoy?
—Sí, estoy bien. Tan solo es una neumonía, estaré bien después de unos días de reposo.
—¿Estuviste bajo mucho estrés?
No estaba segura, pero me sentía bien.
—¿Ya te ha venido a visitar alguien de la Organización Ferreiro?
Su pregunta inesperada me tomó por sorpresa.
—¿Por qué iban a hacerlo? Es probable que no tengan ni idea de que estoy aquí.
—Lo saben —dijo mientras me miraba directo a los ojos—. Hice que se supiera la noticia.
—¿Por qué?
—El señor Lafuente me lo dijo —contestó Santiago, pero no me ofreció ninguna explicación.
Perdí todo el interés en saber el por qué en cuanto mencionó el nombre de Roberto. La locura de Roberto no tenía ningún sentido y no valía la pena romperme la cabeza tratando de entender por qué hacía lo que hacía.
Roberto salió del baño recién bañado, se había puesto una camisa de seda azul cielo, me di cuenta de que le encantaba el color azul y las camisas de seda las cuales brillaban y se ondulaban con el viento, lo hacían parecer un personaje recién salido de un cuadro. Tan solo tenía que mantener la boca cerrada y abstenerse de esbozar esas inquietantes sonrisas suyas, así sería la persona más encantadora del planeta.
Se estaba secando el cabello con una toalla blanca, le había crecido el cabello, se veía esponjoso cuando estaba mojado y lo hacía parecer una papa a la que le había salido cabello.
—Isabela —me llamó mientras se acercaba a mi cama—. Llama a tu secretaria, haz que les informe a los directivos de la Organización Ferreiro que vengan al hospital ahora mismo para una reunión.
—¿Por qué? —pregunté, no tenía tanto trabajo así que no era necesario llevar a cabo una reunión en el hospital. Yo no era una adicta al trabajo como él.
—Has estado fuera de la oficina durante dos días.
—Podría estar fuera de la oficina durante dos años y la Organización Ferreiro podría seguir funcionando perfectamente sin mí.
Estaba diciendo la verdad, pero él no parecía feliz de escucharlo.
—En ese caso ¿Qué sentido tiene tu presencia en la Organización Ferreiro? Como directora, tu presencia es superflua.
—Sí, lo es. Siempre lo ha sido —murmuré.
—La humildad no te va a ayudar a dirigirla —dijo antes de entregarle la toalla a Santiago, a quien le dijo—: Llama a la chica marimacho si es que Isabela no lo quiere hacer. Haz que Abril hable con su secretaria.
Había pensado en consolarlo después de la horrible paliza que le había dado la abuela, pero cualquier pizca de simpatía que había sentido por él se desvaneció al escuchar sus duras palabras.
Santiago hizo de inmediato lo que Roberto le ordenó y Abril me llamó cinco minutos después.
—Isabela, ¿ya te encuentras mejor? Pensaba pasarme por el hospital después del trabajo. Santiago me dijo que quieres realizar una reunión allí, ¿Qué ocurre?
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