Roberto no regresó después de irse. Sin embargo, llegó Santiago. Me trajo sopa.
Me di cuenta de que era obra del jefe de cocina de la residencia Lafuente después de beber mi primer sorbo. La residencia Lafuente contrató a un chef cuya especialidad era la sopa. Hice girar mi cuchara en el tazón durante mucho tiempo, tratando de desenterrar el ingrediente que la hacía tan sabrosa y refrescante.
—Es una receta especial de caldo de pollo —me explicó Santiago—. Es una sopa rica y de sabor suave. Es buena para las enfermedades respiratorias.
—Gracias —exhalé.
—Sólo soy el repartidor. El señor Lafuente fue quien le dijo al chef que preparara la sopa.
Sonreí como una idiota. Eso era lo que era cuando estaba en su presencia, de todos modos. Una idiota.
Santiago se sentó frente a mí mientras me veía terminarme la sopa. Luego, me ayudó a guardar el plato y los cubiertos. Dejé que él lo hiciera. Observé cómo los guardaba. Luego le pregunté:
—Santiago, ¿conoces muy bien a Roberto, no?
—¿En qué sentido? —me preguntó y levantó la mirada.
—En todos los sentidos.
Se detuvo en medio de guardar las cosas y empezó a pensar. Parecía pensar seriamente en la pregunta. Respondió:
—Para mí, la mayor parte del tiempo son conjeturas. A veces, de verdad no sé lo que está pensando el señor Lafuente.
—Bueno, ¿por qué crees que sigue casado conmigo? ¿Por qué aún no se ha divorciado de mí?
—No lo sé —me dijo y negó con la cabeza.
—Haz una hipótesis. Piensa en lo que sabes sobre él y haz una suposición calculada.
—En ese caso, sólo puede ser para su beneficio personal —replicó.
Yo misma pude haberlo adivinado, pero fue diferente cuando Santiago lo dijo. Mi corazón se hundió en mi pecho.
¿Qué esperaba? ¿Qué él estuviese interesado en mí? ¿Esa era la razón por la que aún no se divorciaba de mí? Debí estar soñando. Todo había sido por su propio interés.
—¿Qué beneficio personal? ¿Qué obtiene de este matrimonio?
Santiago me miró antes de que apareciera una sonrisa en su rostro. No me respondió. Se despidió después de guardar el contendor térmico. Lo acompañé fuera de mi habitación. Mi teléfono estaba sonando cuando regresé a mi habitación. Respondí la llamada. Era Abril.
Probablemente llamaba para preguntarme si había comido o bebido suficientes líquidos. Tal vez quería saber si Roberto intento hacerme batallar.
No esta vez. Estaba llorando. Podía escuchar el llanto en su voz. Nunca había sucedido. Me quedé atónita, en silencio, petrificada.
—¿Qué pasa, Abril?
—Mi mamá acaba de llamar. Me dijo que los resultados del chequeo de papá llegaron. Tiene cáncer de pulmón.
—¿Qué... —Me detuve. No pude escuchar nada excepto el sonido de su llanto.
—Es cáncer de pulmón en etapa tardía. Mi mamá dijo que le queda un año…
—Abril —le dije. Mi voz se quebró. Me zumbaba la cabeza. Esto fue demasiado repentino. No esperaba esto en absoluto.
Crecí con Abril. Sus padres eran como familia para mí. Siempre los traté como si fueran mis propios padres.
—Abril, ¿fue tu mamá quien llamó para avisarte? —pregunté. Mi nariz se sentía congestionada.
—Así es. Ella fue quien llamó. Dijo que mi papá está en el hospital. El médico no lo dejará irse después de los resultados. Fue ingresado en el hospital de inmediato.
—Iré a verlo ahora —le avisé. Empecé a buscar desesperadamente a mi alrededor en busca de algo de ropa—. ¿Qué hospital, Abril?
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