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Un extraño en mi cama romance Capítulo 275

Cierto. Era un hombre honesto. Comencé a recordar cómo era de niño: juguetón y travieso, esa clase de niño que se aventura por el camino menos transitado. Su madre había obtenido la custodia, por lo que él debió haberse puesto de su lado, pero siempre que su madre llegaba a causar problemas, se nos unía y jugaba con nosotros como si fuéramos amigos. Sabía divertirse, lo sabía todo: trepar árboles, robar huevos de los nidos, pescar en los arroyos. Era interesante y peculiar. Y habría sido hipócrita fingir tener el corazón roto. Tal parecía que no había cambiado nada.

Las rosas que me había traído estaban en plena floración. Se veían hermosas en el jarrón verde pálido. Me quedé distraída con su belleza. Recordé que habíamos tenido espalderas en la vieja casa donde vivía con mi madre. Las teníamos llenas de rosas rojas y rosadas, mezcladas en cúmulos que alegraban la vista.

—¿Te darán de alta mañana? —oí que preguntó Sebastián de improviso.

—¿Qué? —Lo pensé unos segundos antes de contestar—: Sí, mañana.

—¿Estarás libre entonces?

—¿Qué? —balbuceé confusa.

¿Me estaba invitando a salir? ¿Unos días después de haberme conocido?

Ya me disponía a pensar en una excusa cuando dijo:

—Quiero darle mis respetos a tu difunto padre. Me acabo de enterar de que falleció.

—Gracias por el gesto —repliqué. No lo esperaba, y me conmovió de verdad.

—Es algo que debo hacer. Recuerdo cuando jugamos a las carreras en tu casa. Me subí a un árbol y me caí. Me lastimé la rodilla. Tu padre fue quien me llevó al hospital.

No esperaba que recordara aquel suceso con tanta claridad. Casi me había olvidado por completo. Sólo tenía la impresión de que algo así había pasado.

—Isabela, ¿ya supiste? El hijo de esa mujer va a venir hoy... —Abril entró sin tocar, gritando a todo pulmón. Ni siquiera se fijó en quién estaba conmigo.

El hijo de esa mujer. Hablaba de Sebastián, su hermano por parte de su padre. Estudié con cuidado la expresión de Sebastián, que apoyaba el codo en la tarima de mi cama y le sonreía a Abril. Se paró de repente y le dio un suave coscorrón en la cabeza, diciendo:

—Abril, ¿en qué momento creciste tanto? Estás casi tan alta como yo.

Fue entonces cuando ella se dio cuenta de que no estaba sola en la habitación. Miró a Sebastián durante un largo rato antes de preguntar:

—¿Quién eres tú?

—¡El hijo de esa mujer! —respondió él con alegría—. No me reconoces, pero casi no te reconocí yo a ti. No te veías así cuando eras niña.

Abril lo miró con el rostro vacío antes de volverse en mi dirección. Asentí con la frente. Todo lo que veía y escuchaba era real. Por mi parte, habría estado mortificada al descubrir que la persona de la que hablaba estaba enfrente de mí, pero Abril no habría sido Abril si eso bastara para avergonzarla. Examinó a su hermano, luego resopló y juzgó:

—Pues saliste decente.

—Sigo siendo tu hermano, ¿sabes? —dijo Sebastián poniéndole una mano en el hombro—. No te verías mucho mejor si yo me viera horrible.

—Oye —ladró Abril retirándole la mano—, recoge esas manos. Eres un tipo y yo una mujer. Deberíamos mantener nuestra distancia, aunque estemos emparentados.

—¿Por qué mantener la distancia? Solíamos jugar muy a gusto, ¿no? —repuso Sebastián inclinándose para mirarla. Abril era alta, pero él la superaba por una cabeza.

—¿Qué haces tratando de ligar? ¿Ya terminaste de visitar a papá? ¿Tan rápido?

—Sí, ya lo visité. No teníamos gran cosa qué decir, así que me retiré y vine para acá —admitió él y se encogió de hombros.

—¿No vinieron tú y tu madre a toda prisa luego de enterarse de que estaba enfermo? ¿Por qué no tendrías nada qué decirle?

—No estés tan seguro —dijo ella antes de tomar otro enorme trago. Mentirosa.

Sebastián no se quedó mucho tiempo. Le dio su propio vaso a Abril antes de hacerme una señal con la cabeza.

—Hablamos mañana en la mañana.

—De acuerdo —acepté, y le di mi número. Él me dio el suyo.

—¿Qué van a hacer mañana en la mañana? —preguntó Abril cuando se hubo ido.

—Quiere darle sus respetos a mi padre. Es muy amable de su parte, no hay razón para rechazarlo, ¿o sí?

—¿Qué está planeando? —farfulló al tiempo que se frotaba la nariz—. Está siendo amable...

—Siempre ha sido amable. Abril, no deberías tratarlo como un rival. Él no es su madre. Recuerda cómo nos sacaba a jugar cuando éramos niños. Nunca nos molestó, ¿verdad?

—No se atrevía. Mi padre y el tuyo le habrían roto las piernas.

—Abril —hice que se sentara y le dije—, no le tengas saña sólo porque quizá vaya a reclamar su parte de las acciones de la empresa de tu padre. También es herencia suya y tiene derecho a reclamarla.

—Ya lo sé, no se trata de eso. No me importa si se queda con toda la empresa —suspiró Abril—. No sé por qué me siento así. Tienes razón, no me ha hecho nada malo.

—Sé lo que te preocupa. Tu padre está enfermo y la madre de Sebastián se aparece en el país. Te preocupa que vaya a causarle problemas a tu madre.

—¿Quién tendría la energía para lidiar con ella en estos momentos? —dijo, y suspiró fuertemente.

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