—¡Ella está embarazada, abuelo!
Los ojos del anciano se abrieron enormes al escuchar las palabras de su nieto, le miró con rabia.
De pronto, el abuelo lanzó una bofetada a Eduardo.
El hombre tocó su mejilla, mientras su madre le abrazaba.
—¡Por favor, suegro, no le pegues a mi hijo! —suplicó Yolanda, la madre de Eduardo.
—¡Cállate! Esto es tu culpa, Yolanda, siempre defendiendo a este cobarde, bueno para nada. ¡No puedo creerlo! Si te quedas con esa mujerzuela, ¡no serás el CEO de ninguna empresa! Solo un empleado más.
Eduardo le miró sorprendido.
—¿De verdad? ¿Prefieres que mi hijo quede sin padre?
El abuelo sintió que eso le dolía.
—¿Prefieres que Glinda sea solo una madre soltera y mi hijo pague por mis pecados? —exclamó Eduardo
El abuelo sintió que no tenía fuerzas, hundió la mirada.
—Bien, cásate con esa mujer, pero nunca la aceptaré, ya veremos si tú o tu hijo heredan algo, porque en este momento prefería dejar todo a la beneficencia pública que a ti, o al estúpido de tu padre, ya que mi querido Dylan no parece querer perdonarme nunca.
El abuelo salió de ahí tan decepcionado.
Eduardo agachó la mirada, mientras su madre le consoló.
—¡Está bien, hijo! Cuando el bebé nazca, tu abuelo se doblegará, y querrá hacerlo el único heredero de la familia.
—Espero que sí, madre, pero otra vez abuelo mencionó a él…
—Nadie se interpondrá en el camino de tu hijo. Dylan tampoco. Lo barreré todo por ti. Pero te pregunto por una última vez. ¿El bebé que lleva Glinda es realmente tuyo?
Eduardo y Yolanda no vieron a Glinda detrás de la puerta, ella los escuchaba, tocando su vientre.
—¡Por favor, madre! Claro que sí.
—Lo sé, Eduardo, confía, tu abuelo hará lo que queremos, siempre lo ha hecho.
Glinda entró, estaba satisfecha con lo que escuchó.
—¿El abuelo Aragón me odia?
Yolanda abrazó a Glinda.
—Tranquila, lo que importa es que ese bebé nazca sano y salvo, él será nuestro seguro para que el abuelo los perdone —sentenció Yolanda.
***
Dos meses después.
Marella estaba descansando en casa.
Renunció a su trabajo en el despacho de contabilidad, necesitaba descansar, y no quiso anunciar una incapacidad por su aborto, no quería que nadie lo supiera, era algo que dolía demasiado, solo su mejor amiga, su padre y madrastra lo sabían.
Eduardo nunca se comunicó con Marella, y ella era consciente de que su círculo de amigos inventaron chismes sobre ella.
Marella miró a su amiga.
—Dime la verdad, Suzy, ¿Qué está pasando?
Suzette dudó, pero al final habló.
—Mañana por la noche se celebra la fiesta de compromiso entre Eduardo y Glinda, lo siento, Marella, la gente está sorprendida, no hay nada que hacer.
Marella estaba recostada en la cama, hundió su cabeza. Comenzó a pensar, el mismo odio volvió a dominarla, no quería que todo le saliera bien a los traidores.
—Mañana volveré, Marella.
Suzette se despidió con un beso, y se marchó porque su esposo la esperaba en casa.
Marella no pudo evitar que las lágrimas rodaran por su rostro, pero sintió una furia, un rencor en su alma.
No pudo dormir en toda la noche.
—Tú nunca has querido a Eduardo, ¿Verdad? Siempre prefieres a su hermano Dylan, ¿Por qué?
Santiago la miró a los ojos con rabia.
—Dices estupideces, pero si buscas un culpable, mírate al espejo, Yolanda.
El hombre salió enfurecido, y se encontró con su hijo Máximo.
—Calla a tu esposa, no me apetece escucharla —sentenció.
***
En la fiesta.
Estaban en el salón de fiestas de la gran mansión, estaba repleto de invitados elegantes.
Glinda lucía hermosa, su diamante brillaba en su dedo anular, tomada de la mano de Eduardo.
Había rumores, la gente no entendía como de la noche a la mañana, el novio había reemplazado a la prometida por otra mujer, pero, para los amigos cercanos, estaba claro que Eduardo adoraba a Glinda desde siempre.
Yolanda y Máximo se pusieron frente a todos, pidieron la atención.
—Vamos a realizar un brindis por los novios —dijo Yolanda tomando su copa.
Marella entró por la puerta principal, nadie le impidió pasar, parecía una invitada más, cuando entró en el salón, las personas le abrieron paso, mirándola con asombro.
La gente comenzó a murmurar.
La mujer vio a Eduardo y Glinda, como dos amantes enamorados, tomados de la mano, la habían borrado de sus vidas como un fantasma, pero no estaba dispuesta a permitirlo.
—¡Salud por los futuros esposos! —exclamó Yolanda y todos aplaudieron.
Una voz emergió de pronto, era Marella con una copa en mano.
—Yo también quiero hacer un brindis por los novios, ¡Hagamos un brindis por los traidores!

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