La vida corporativa no debería ser una novela. Es la única certeza que tengo en la cabeza mientras veo cómo esta mujer grita y se esfuerza para que no la saquen de la oficina. Ya no es un solo empleado, son dos los que la están jalando de la cintura para que no entré.
Estoy, paralizada.
—Muévete, yo llamaré — me gruñe Damián quitándome el teléfono de la mano y marcando — Suban, sáquenla ya. ¡No es a la señorita Leonor, es a otra más! ¡Apúrense!
Ni puedo recordarle a mi odiado jefe que ese no es mi nombre, la mujer en cuestión demuestra tener la fuerza de un caballo. Se suelta de los hombres y viene a aferrarse a mi brazo.
—¡Tienes que ayudarme! ¡Mi hijo no tiene la culpa de los errores de su madre!
—Disculpa, pero yo no puedo ayudarte… — digo intentando que me suelte.
Si espero que mi maravilloso jefe me saque a esta mujer de encima, me equivoco, él se levanta de la silla y nos da la espalda. Parece que se la pasa con migraña.
—¡Sí puedes ayudarme! ¡Convéncelo de que se haga la prueba de ADN! ¡No estoy loca! ¡Créeme! — clama.
Irónicamente los guardias que me sacaron a mí de la oficina, vuelven por esta desconocida. Ella se resiste jalándome de la chaqueta. La escena hará morir de la risa a mis hermanas cuando se las cuente. Uno me jala a mí y otro a ella para separarnos.
—Con cuidado, no la lastimen. ¡Oigan! — reclamo mientras veo con la brusquedad que la sacan a rastras de la oficina.
Uno de los guardias se la monta en el hombro porque es que la mujer no para de gritar.
—¡Damián es tu sangre! ¡Me dijiste que me amabas! — grita mientras la sacan.
El silencio que hay en el resto del piso es asombroso. Nadie dice pío, ni se mueve de su puesto, sólo se quedan parados y asustados, como intentando moverse sin poder hacerlo realmente. Miro atónita a Damián que sigue de espalda frotándose el rostro.
—¿Vas a dejar que la saquen así? ¿Tanto te cuesta mostrar algo de diplomacia? — reclamo asombrada.
—Deja de hacerte la defensora del pueblo, y ve a callarla — me ordena y se queja alborotándose el cabello — Me duele la cabeza.
Dejo atrás a tal caballero moderno, y me apresuro a las puertas del ascensor, ese donde la mujer está pegada a estas. No deja que se cierren.
—No sigan usando la fuerza, por favor — pido a los guardias, y después me dirijo a la mujer — Cálmate, y hablemos con más tranquilidad.
—¿No me mandarás a sacar del edificio? — cuestiona sospechosa.
Le toco las manos en las puertas del ascensor, lo hago con “calma” y una sonrisa tenue.
—Te prometo que no lo haré. Sólo hablemos, las dos. ¿Bien? Me meteré en el ascensor contigo, mira — digo ingresando.
La mujer termina de soltar las puertas, se calla. Ello resta un nivel de incomodidad a la situación, apenas uno. Porque detrás de nosotras están dos hombres fornidos de dos metros de altura cada uno, vigilándome, y a mi lado está esta mujer que no para de mirarme como corderito esperanzado. La música de ascensor no mejora nada.
Al llegar al primer piso, está la recepcionista con un bebé precioso en los brazos. Ella le pasa el bebé a su… madre.
—Señora, lo que acaba de hacer es muy irresponsable — advierte la chica.
Por cierto, la chica me ve con sospecha. Alzo mi mano para que no piense algo que no es. Todos salimos del ascensor.
—Esta vez no me echaron a mí. Lo juro, ellos son testigos — señalo a los guardias de atrás. Esta entiende, y se retira.
Me quedo viendo al bebé, y pensando lo peor de Damián.
—¿Podemos hablar en un sitio más cómodo? — ofrezco.
…..
Llegamos a una cafetería dentro del mismo rascacielos. Aunque estar en una cafetería no ha hecho que los dos guardias nos hayan dejado a solas. Los cinco estamos sentados en un silencio ridículo como la situación.
—Bueno… ¿Qué quieren de beber? Les invito — ofrezco.
—Un americano — dice el calvo.
—Un mocca y un pedazo de pastel de zanahoria — responde el otro.
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