POV Alexander Lennox
Mientras me detengo frente a la vitrina de la tienda de juguetes, el mundo parece desvanecerse. El ir y venir de la gente, el ruido del tráfico, todo se convierte en un murmullo lejano. Concentro mi mirada en los vistosos trenes de juguete que se asoman por la ventana. Pienso en mi ahijado, con su brillante sonrisa y su risa alegre, lleno de emoción al recibir un tren como obsequio. Sin embargo, siento una extraña sensación de intranquilidad, como si algo estuviera por ocurrir.
Por mis asuntos legales, había tenido que viajar varias veces desde Inglaterra. Al final, decidí quedarme, aunque decidí volver para el domingo, pues la fiesta de mi ahijado sería el próximo fin de semana.
Repentinamente, un leve impacto interrumpe mi ensoñación. Cuando bajo la vista, presencio una escena que me conmueve profundamente. En ese lugar, en el piso, está una pequeña, sentada en el suelo porque se tropezó con mi pierna y terminó cayendo. Noto a la pequeña con el rostro apretado entre las manos, sollozando. Casi resultan desgarradores los suaves gimoteos que emitía. Mi corazón se acelera, y no puedo evitar acercarme a ella.
Me agacho, intentando mostrarle que estoy ahí para ayudar. Identifico a esa diminuta niña enseguida: era la hija de Dorothea, la que vi en la reunión.
—¿Estás bien? —pregunto con una voz tan suave como puedo, como si temiera romper el delicado hilo de su mundo.
La pequeña va retirando lentamente las manos de su rostro. En ese momento, nuestros ojos se cruzan y una energía eléctrica parece conectarnos. Me resulta difícil encontrar las palabras adecuadas para expresarlo, pero siento una conexión muy especial en ese instante. La expresión de sus ojos reflejaba un sufrimiento que me resulta difícil de entender, pero que logra conmoverme profundamente.
De pronto, se aproxima un poco más al levantarse y su manita delicada acaricia con suavidad mi cara. La intensidad con la que su mano transmitía calor era tan poderosa que lograba disipar el tumulto que nos rodeaba. Es una acción simple, pero rebosante de una dulzura que me deja sin habla.
En ese fugaz momento, el universo gira en torno a nosotros y lo único relevante es ese lazo genuino y sincero. Las inquietudes y los problemas cotidianos desaparecen, quedando solo ella y yo, con nuestros corazones latiendo al mismo ritmo en medio del caos. La pequeña muestra una sonrisa tímida y, en ese instante, experimenté una emoción inexplicable. Sentía en lo más profundo de mi ser que esa niña estaba destinada a ser mía. Deseaba protegerla como haría un león.
—Hola…
El susurro de su voz era tan armonioso que me estremeció. Mantenía una sutil sonrisa mientras fijaba la mirada en sus ojos.
—¿Tu mamá no te ha advertido sobre entablar conversaciones con personas que no conoces?
—No mantengo conversaciones con nadie… —dijo con una sonrisa en los labios, ligeramente tímida, mientras acariciaba mi mejilla.
Tenía esa misma sonrisa que Dorothea solía darme cuando estaba ilusionada, y por unos momentos, pude ver unos hoyuelos parecidos a los de mi madre. ¿Por qué vería esto?
—Solamente con mi abuelito… junto a ti… y con… —proseguía mientras me miraba.
—¡Anastasia!
Un potente grito familiar resonaba en mis oídos; pertenecía a Emely. Al girar la cabeza, me encontré con su mirada llena de miedo, mientras un hombre la perseguía. Emely se aproximó en silencio hacia la niña, tomándola en brazos y apartándola de mí como si mi presencia pudiera perjudicarla.
—¡Anastasia, no vuelvas a hacer eso! Por poco me da un infarto al no encontrarte en el lugar donde te dejé.
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