Todos los presentes quedaron boquiabiertos.
Ramón abrió los ojos de par en par.
—¿Cómo puede ser? —exclamó—. Cuando fuimos a la comisaría vimos en los documentos que decía que tuvo un hijo… y que tenía VIH…
Liam frunció el ceño, visiblemente molesto.
—Me pidieron que viniera a revisar y ahora ni siquiera creen en lo que digo… ¿Qué pasa, me están tomando el pelo?
Por la edad, Liam y Ramón eran de la misma generación, así que le habló sin rodeos.
Ramón se apresuró a disculparse.
—No, no, doctor Vázquez, no es eso, no dudo de usted.
Dalia se mostró incrédula y enseguida agregó:
—¿Y si todavía no se le ha manifestado? Portar el virus ya es grave de todas maneras.
Liam miró su reloj, impasible, y soltó:
—Aunque ella tuviera VIH, por convivir así como ustedes no se van a contagiar.
Maite, al escuchar eso, se molestó y le corrigió de inmediato, tajante:
—No tengo VIH.
—Qué curioso —Liam la miró con una media sonrisa burlona—. ¿Por qué te molestas conmigo? Quienes no confían en ti son tu familia, no yo.
Dicho esto, Liam dirigió la mirada a Ramón:
—Ya que el compromiso se canceló, yo tengo cosas que hacer, me retiro.
Ramón pensó que lo había hecho enojar, así que trató de remediarlo con una sonrisa forzada.
—Doctor Vázquez, ya que vino, quédese a comer algo antes de irse.
Liam llegó hasta su carro, un Bentley, y sin ni siquiera mirar atrás, subió y cerró la puerta.
—Los dramas de su familia no me interesan.
Ramón se quedó helado, tragándose la vergüenza, pero aun así, se despidió con cortesía.
—Que le vaya bien, que le vaya bien.
Maite no sentía la menor simpatía por ese tipo.
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