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Vuelve la Hija Secuestrada romance Capítulo 6

Todos los presentes quedaron boquiabiertos.

Ramón abrió los ojos de par en par.

—¿Cómo puede ser? —exclamó—. Cuando fuimos a la comisaría vimos en los documentos que decía que tuvo un hijo… y que tenía VIH…

Liam frunció el ceño, visiblemente molesto.

—Me pidieron que viniera a revisar y ahora ni siquiera creen en lo que digo… ¿Qué pasa, me están tomando el pelo?

Por la edad, Liam y Ramón eran de la misma generación, así que le habló sin rodeos.

Ramón se apresuró a disculparse.

—No, no, doctor Vázquez, no es eso, no dudo de usted.

Dalia se mostró incrédula y enseguida agregó:

—¿Y si todavía no se le ha manifestado? Portar el virus ya es grave de todas maneras.

Liam miró su reloj, impasible, y soltó:

—Aunque ella tuviera VIH, por convivir así como ustedes no se van a contagiar.

Maite, al escuchar eso, se molestó y le corrigió de inmediato, tajante:

—No tengo VIH.

—Qué curioso —Liam la miró con una media sonrisa burlona—. ¿Por qué te molestas conmigo? Quienes no confían en ti son tu familia, no yo.

Dicho esto, Liam dirigió la mirada a Ramón:

—Ya que el compromiso se canceló, yo tengo cosas que hacer, me retiro.

Ramón pensó que lo había hecho enojar, así que trató de remediarlo con una sonrisa forzada.

—Doctor Vázquez, ya que vino, quédese a comer algo antes de irse.

Liam llegó hasta su carro, un Bentley, y sin ni siquiera mirar atrás, subió y cerró la puerta.

—Los dramas de su familia no me interesan.

Ramón se quedó helado, tragándose la vergüenza, pero aun así, se despidió con cortesía.

—Que le vaya bien, que le vaya bien.

Maite no sentía la menor simpatía por ese tipo.

—Señorita, ya puede pasar.

Maite la siguió al interior pensando que la llevarían de vuelta a su antiguo cuarto.

Pero para su sorpresa, Magdalena la condujo por la sala, cruzaron hasta el patio trasero y la llevó bajo el alero, señalando hacia una pequeña construcción en la esquina.

—Señorita, la señora dice… que por ahora tiene que quedarse aquí.

Alonso, que no se despegaba de Maite, se tensó al darse cuenta de lo que ocurría. Miró de inmediato hacia el salón y le gritó a su suegra:

—Señora Romero, ¿qué significa esto?

Fabiana torció la boca y se levantó, cruzando el salón con una expresión de fastidio imposible de ocultar.

—Alonso, esto no tiene nada que ver contigo.

Aquella "casita" no era otra cosa que la lujosa perrera que la familia Ayala había mandado construir para su mascota. Medía poco más de medio metro de alto y tenía unos diez metros cuadrados en total.

En casas de ricos, a veces los perros viven mejor que muchas personas; era el típico caso de “la vida de un perro vale más que la de uno”.

Maite se quedó boquiabierta mirando aquel sitio, sin poder creer lo que veía. Volteó hacia su madre, incrédula.

—¿De verdad quieren que… me quede con el perro? —preguntó, la voz quebrada entre la rabia y la burla hacia sí misma.

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