Fabiana le echó una mirada a su hija mayor, siempre manteniendo la distancia. Hasta en sus palabras se notaba el desinterés:
—Maite... tú sola, ya tienes suficiente espacio...
Maite se quedó callada.
Ni en sus peores pesadillas hubiera imaginado esto: después de pasar tres años secuestrada, viviendo peor que en un chiquero, ahora que por fin regresaba a casa, le querían dar la casita del perro.
Era como si hubiera escapado de un infierno para caer directo en otro abismo, uno del que jamás podría salir: su propio hogar.
—Señora Romero, esto es el colmo. Maite es su hija, ¿cómo pueden tratarla así? —Alonso intervino otra vez, y en su voz se notaba el enfado.
Dalia frunció el ceño y de inmediato se colgó del brazo de Alonso.
—Alonso, ¿por qué te preocupas tanto por mi hermana? ¿Todavía la quieres?
—Yo... —Alonso se quedó sin palabras. Miró a Maite, viendo cómo ella aguantaba el dolor con la cara blanca como papel. Sentía que le oprimían el pecho.
Él y Maite se conocían de toda la vida, crecieron juntos, y cuando ambos se volvieron adultos, comenzaron a salir. Siempre fueron una pareja feliz.
Hasta que, de repente, Maite desapareció hace tres años...
Aunque ahora todo era diferente, en el fondo, Alonso seguía queriendo a Maite.
Pero ya no era aquella joven famosa de Villafranca del Mar, ni la estudiante estrella de la escuela. Ahora, la habían manchado varios tipos ruines, había tenido un hijo con un muchacho con problemas mentales y, además, tenía una enfermedad contagiosa incurable.
Alonso sentía mil cosas enredadas en el corazón, pero al final, lo negó:
—No es eso... solo me da lástima tu hermana.
—Sí, claro... —Dalia asintió con una mirada lánguida, fingiendo compasión—. La verdad, mi hermana da mucha lástima... Pero no podemos poner en riesgo la salud de toda la familia solo por compadecerla. Ya es mucho que la dejemos quedarse...
Usó la palabra "dejarla quedarse", como si olvidara que, en ese hogar, la única invitada era ella, la hija adoptiva.
Alonso la miró, abrió la boca, pero no supo qué decir.
Quedaba claro que nadie en esa casa había escuchado lo que Liam explicó. En sus mentes, Maite seguía siendo una enferma de SIDA.
Fabiana volvió a mirar a su hija mayor y, por una vez, suavizó la voz para tratar de convencerla:
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