Entrar Via

Ahora mando yo, exmarido. romance Capítulo 3

Los niños retrocedieron al ver a la mujer que se acercaba a ellos con aquel aspecto desaliñado, el cabello enmarañado y los ojos encendidos de emoción contenida.

Lana, con los ojos muy abiertos, se escondió entre los pliegues del vestido de la niñera como si buscara una barrera contra una visión que no entendía. Elian, desconcertado y asustado, se abrazó a su hermana con fuerza, como si la presencia de su madre fuera una amenaza y no un refugio.

No dijeron nada, ni una sola palabra, solo un rechazo callado, casi inconsciente, que le rompió el alma en mil pedazos a Catalina, como si su propia sangre la repudiara.

Luciano se adelantó con paso calculado, colocándose entre ella y los niños, erigiéndose como una muralla protectora con una expresión que fingía preocupación, pero que escondía un intento claro de control.

—Los has asustado. No deberías haber venido así, Catalina —dijo con un tono más firme, casi como una orden disfrazada de consejo, intentando convertir su regreso en una falta de criterio y no en el acto valiente que era.

Catalina tragó saliva, sintiendo cómo la rabia y el dolor se le enredaban en la garganta. Apretó los puños con fuerza, obligándose a no derrumbarse en medio de todos.

—No sabía que era necesario un código de vestimenta para asistir a la fiesta de compromiso de mi propio esposo —replicó con ironía templada, dejando caer la frase como una lanza afilada entre los murmullos del gentío.

—Mamá está enferma, cariño. Por eso estuvo lejos —intervino Adeline con un tono edulcorado, modulando su voz para parecer dulce frente a los niños, pero con una mirada cargada de veneno—. Pero ahora está un poco mejor, ¿sí?

Catalina la fulminó con una mirada tan fría que pareció detener el tiempo. No necesitó hablar para dejar claro su desprecio.

—Estoy mejor, sí. Lo suficiente como para notar cuán rápido decoraron mi ausencia —respondió con una voz tan afilada que cortó el aire, y luego se volvió hacia Luciano—. ¿Cuánto tiempo tardaste? ¿Semanas? ¿Días?

Luciano dio un paso hacia ella, no con la ternura de un esposo arrepentido, sino con la arrogancia medida de quien intenta recuperar el control de una situación que se le escapa de las manos.

—Este no es el lugar para esta conversación —dijo él, bajando la voz, como si con eso pudiera apagar la escena pública que ya era imposible de borrar.

—Tienes razón —asintió Catalina con una calma letal, una serenidad que descolocaba—. Pero parece que era el lugar perfecto para olvidarme.

En ese instante, mientras las copas quedaban suspendidas en el aire y el murmullo hipócrita de las apariencias se extinguía como una vela vencida por el viento, Catalina alzó la cabeza y, entre el enjambre de rostros petrificados, divisó uno que no reflejaba sorpresa ni escándalo.

Allí, bajo la luz tenue de una lámpara antigua, estaba el rostro de su héroe, Julián Moreau, el único que no la miraba con juicio, miedo o burla, sino con una calma firme, como si hubiera sabido todo el tiempo que ese momento llegaría.

No la saludó, no hizo un solo gesto, pero su mirada hablaba con una claridad demoledora.

Lo estás haciendo bien.

Catalina giró sobre sus talones con elegancia, ignorando a Luciano a Sara, a los invitados con miradas juiciosas, al rechazo de sus hijos... y caminó hacia la entrada de su casa con la dignidad de quien lleva la espalda herida, pero jamás encorvada.

Esa noche, Catalina Delcourt no destruyó a nadie.

Pero dejó claro que había regresado.

Y esta vez, no pensaba marcharse en silencio.

...

El jardín, que minutos antes era una postal de celebración, quedó en penumbra.

Los últimos invitados eran escoltados con discreción por el personal de servicio, que no sabía dónde poner la mirada.

El compromiso no había terminado, sino que fue suspendido por la aparición de la esposa loca de Luciano.

Catalina se quedó de pie junto al umbral, inmóvil, con los dedos helados por el viento nocturno y el alma desgarrada por la soledad. El abrigo prestado apenas contenía el frío que le venía desde dentro, ese que cala hasta los huesos cuando te das cuenta de que nadie te esperaba, que nadie pensó en ti, que nadie te guardó tu lugar.

¡Eres una amenaza para los niños! 1

Verify captcha to read the content.VERIFYCAPTCHA_LABEL

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Ahora mando yo, exmarido.