El tiempo pasa y la boda está más cerca. Enola vive en una constante contradicción, ella salvó al amor de su vida y a sus bebés al alejarse de ellos, pero le duele en el alma no poderlos ver ni un segundo.
Ares es el hombre que toda mujer desea en la vida, ese ser tan violento, vengativo y odioso es un pan de azúcar con ella y ese comportamiento, aunque muchas veces la hace sentir bien, también la hace sentir culpable, pues ella no debería ni siquiera pensar en la posibilidad de ser feliz junto a ese hombre.
Pero ¿Qué se puede hacer cuando le demuestra que puede no pasarla tan mal del todo? Cada vez que está a nada de dejarse llevar, recuerda a sus bebés y en la falta que ella les ha de hacer y no se permite nada que la pueda hacer reír.
―Leyendo nuevamente. ―Ares se sentó a su lado y admiró el hermoso lugar, el sitio favorito de Enola es el jardín, ese que se extiende hasta volverse uno con el cielo. ―¿Por qué no salimos hoy? Uno de tus hermanos tiene una celebración, nos han invitado.
―¿Por qué querría yo asistir? ―Lo miró a los ojos. ―Ares, ellos me cazaron por milenios, se metieron con mi familia y aseguraron mi sufrimiento. ―Endureció el gesto. ―Me maldijeron y por eso sufrí muchísimo. No me pidas cosas de las que eres tú el que quedará mal conmigo. ―Ares suspiró, la siente tan inalcanzable que ya no sabe qué hacer para llegar a ella.
―Vale, entonces yo daré una fiesta exclusivamente para ti. ―Se puso en pie. ―Habrá baile, bebida, comida y demás. ―Enola agrandó la sonrisa.
―Sabes que la comida no es algo que necesite.
―Pero lo disfrutas y eso me basta. ―Le guiño. ―Ven aquí. ―Enola dejó el libro de lado y tomó sus manos. ―Quiero verte sonreír, que seas feliz y no me rendiré hasta que eso pase. ―Besó sus labios con ternura. ―Así que… deberá asistir a su propia celebración, Diosa mía. ―Enola sonrió, con ese hombre es inevitable no hacerlo y ese hecho la tortura más que cualquier cosa.
―Vale, lo aceptaré, pero a mis hermanos no les gustará que hagas algo así cuando ellos ya lo han planeado. ―Ares se encogió de hombros.
―Pueden hacer lo que ellos deseen, por ti los enfrentaría mil veces y no me interesaría que me abandonen en las guerras. ―Enola lo miró a los ojos, la única que puede ver ese lado de él es ella.
―Bien, si puedes con esto, yo no me opondré. ―No se resistió.
―¡Bien! ―Ares tiró de ella. ―Vamos a recorrer el jardín, sé cuanto te gusta. ―Enola carcajeó, se ve realmente ridículo corriendo entre las rosas como si fuera un niño o una mujer amante a las rosas. ―¿Sabes? ―Ares se sentó en medio del campo. ―Todo el tiempo que tuviste fuera, yo intentaba llenar mi corazón de odio, pero no podía, solamente deseaba tenerte a mi lado para mostrarte de lo que soy capaz por ti y ahora que te tengo aquí, no puedo dejar de demostrarte todo. ―Enola se sentó a su lado.
―Los has demostrado, Ares. ―Le aseguró.
―Y aun así no puedo tenerlo todo de ti. ―Se miraron a los ojos. ―Pero eso no me molesta. ―Sonrió. ―Una vez tengamos hijos, sé que no extrañaras demasiado a los otros. ―Enola entristeció el gesto, no pudo evitarlo.
―Jamás olvidaré a mis hijos, a ninguno de ellos, sin importar que los perdiera antes de que pudieran nacer. ―Ares la abrazó.
―Lo sé, pero no sufrirás tanto como lo haces ahora. ―Suspiró. ―¿Sabes algo? ―Besó su cabeza. ―No hablemos de ese tema, no quiero lastimarte. ―Enola se lo agradeció, justo eso lo hace un buen hombre y lo odia, odia el hecho de que él la haga sentir bien en medio de su dolor. ―Vamos, tengo algo que mostrarte. ―Enola se puso en pie con su ayuda y lo siguió sin rechistar, cinco meses habían pasado desde que volvió a su hogar y Ares siempre tenía algo nuevo que mostrarle.
La llegada tardó más de lo que Enola pensó, a diferencia del plano terrenal, ellos se transportan en carruajes y es mucho más lento, pero bastante agradable. Ver pasar los lugares, hablar con tranquilidad y escuchar las pisadas de los caballos era majestuoso.
―Ares… ―Enola no se lo podía creer. ―Pero ¿Qué es todo esto? ―Miró a su alrededor con la boca abierta de la incredulidad. ―¿Acaso estamos en New York? ―Lo miró con ojos brillantes.
―No exactamente, pero envié a los esclavos a que la replicaran aquí. ―La tomó de la cintura. ―Yo odio a los humanos, pero sé que tú los amas y me gustaría aprender sus costumbres. ―Le señaló un punto. ―Helados, ¿No? ―La miró. ―Quiero saber por qué los extrañas tanto. ―Enola no pudo evitar la emoción y tomándolo de la mano tiró de él.
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