Theodore se dirigió hacia la ventana para asomarse y vio que seguía lloviendo intensamente. Desde allí, observó que Everleigh se subía a su automóvil. Una vez que ella estuvo arriba, el coche arrancó aventando chorros de agua hacia ambos costados.
Después de unos segundos, escuchó a su mayordomo, Jacob, tocar en la puerta de su habitación. "Señor Godfrey. Emmett salió para llevar a la señorita Treviño a su casa"
El hombre tenía una expresión reflexiva. Al oír la voz de su empleado soltó la cortina y esta regresó a su lugar, cubriendo una vez más el cristal de la ventana.
La vocecita que escuchó cuando contestó la llamada resonaba en sus oídos, sin que pudiera deshacerse de ella.
"Es hora de tomar su medicina", dijo Jacob entregándole un vaso de agua.
Él había vuelto a sus sentidos, pero una extraña sensación, como si algo no estuviera del todo bien, se había metido en su cabeza. Entonces dijo, con el entrecejo fruncido: "Cuando regrese Emmett dile que suba a verme".
Everleigh y él se separaron siete años atrás. Posteriormente, ella abandonó el país y tuvo un hijo en el extranjero.
¿Cuántos secretos estaría escondiendo? A pesar de que él no podía siquiera imaginarlo, estaba decidido a averiguar todo, lo más pronto posible.
Mientras tanto, ella regresó a casa y se metió inmediatamente en la cama, sin siquiera quitarse el maquillaje. Tras un par de estornudos sintió mucho calor y pensó que su temperatura estaba elevándose. De manera que tomó un termómetro y lo comprobó. Tendría que bajarse la fiebre, pero no podía levantarse.
Estaba mareada y oía sonidos alrededor de ella. Pero no había nada que temer, ya que eran solo vocecitas dulces y adorables.
"¡Mami!", dijo alguien. "¡Silencio, Adrienne! ella tiene fiebre", contestó su hermano, con tono de preocupación.
"¡Ay, no! ¿Qué debemos hacer?".
"Llamaré a Christopher para preguntar qué medicamento podemos darle", replicó Alastair, con seguridad.
"La tormenta no ha parado, así que voy a cambiarme los zapatos, iré contigo".
......
El cielo estaba totalmente negro y parecía que las nubes no dejarían de aventar los chorros de agua que habían estado lanzando desde hacía un par de horas.
En la farmacia, los niños tomaron los antipiréticos que Christopher había indicado y los llevaron al mostrador para pagarlos.
Adrienne llevaba un par de botas rojas de hule, especiales para andar en la lluvia. Su cabello lucía dos hermosos moños del mismo color y se veía muy linda. Ella ladeó su cabeza para pedirle a la cajera que le cobrara: "Señorita, queremos pagar estas medicinas".
Afuera del establecimiento, Alastair le explicó a su hermana la reacción de la empleada.
"No debiste decirle a la cajera que veníamos solos, sino que mamá nos esperaba afuera".
"¡Ah! Okey, así lo haré la próxima vez", replicó ella brincando en un charco y riéndose al ver cómo salpicaba las botas de su hermano.
Alistair también se rio disponiéndose a brincar él también para hacerle lo mismo a ella, cuando escucharon una voz grave a sus espaldas. "Esperen un momento, niños".
En un principio, los dos se quedaron quietos tajo sus paraguas un poco asustados. Luego voltearon lentamente las cabezas para ver quien había hablado.
Entonces descubrieron un par de zapatos de piel muy bien lustrados y un par de piernas largas. De pronto, un hombre, de rostro atractivo pero frío, se les arrodilló enfrente sosteniendo un paraguas negro.
Cuando estuvo a la altura de sus caras, los miró con atención y les entregó una bolsa de papel con el logo de la farmacia. Adentro estaban los artículos que habían intentado comprar. "Aquí están sus medicinas", dijo con cordialidad.
Los ojos de la niña se iluminaron y extendiendo la mano emocionada, la pequeña gorjeó: "¡Gracias, señor!".
"¡Adrienne!", estalló Alastair agarrándola por el brazo, al tiempo que miraba al hombre con recelo. "No lo necesitamos", agregó luego sin dudarlo.

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