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Amor profundo escondido de él romance Capítulo 46

Las palabras de Madison fueron como un balde de agua fría para Everleigh. Eso le recordó la vez en que Madison le arrojó un vaso de agua fría a la cara en el café frente a su universidad. En ese instante, Everleigh apretó el puño y se dio la vuelta con una mueca de desprecio.

—Sra. Godfrey, ya que lo sabe todo tan bien, también debería saber que la familia Trevino me echó. Yo ya no tengo nada que ver con ellos, así que ¿por qué debería importarme lo que dijo?

—¿Ni siquiera te preocupas por tu padre? —inquirió Madison.

—Mi padre ya no me reconoce como su hija. Por lo que tus palabras no significan nada para mí.

—¡No puedo creer que Theodore se enamorara de una mujer a la que le importara tan poco su familia como tú! —afirmó Madison, que no daba crédito a lo que oía.

—Sra. Godfrey, no estoy interesada en su hijo en absoluto —replicó Everleigh manteniendo la calma, como sin nada pudiera afectarle—. No tiene que amenazarme, soy una persona sensata, no repetiré lo que ya viví.

Ni bien terminó de decir esas palabras, salió del estacionamiento sin mirar atrás, dejando a Madison pensativa. En cuanto entró al ascensor y sus puertas se cerraron, Everleigh se agarró al asidero para sostenerse, cuando de pronto, su rostro se puso pálido y sus labios se volvieron blancos.

Hace tiempo que conocía a la Sra. Godfrey y sabía muy bien qué tipo de persona era. Aquella mujer la despreció cuando salía con Theodore y ahora, después de tanto tiempo, aún lo hacía.

En una ocasión, siete años atrás, con el fin de obligar a Theodore a volver a casa y heredar el Grupo Godfrey, fue directo a su universidad para humillarla mientras le decía que rompiera con él, que su relación era imposible. En ese momento, ella lo soportó solo porque era la madre de Theodore.

Después de la discusión con Madison, Everleigh salió del estacionamiento, pero no regresó con el equipo de producción. En cambio, los llamó para informar que se tomaría el día libre. Rápidamente tomó un autobús de regreso a la ciudad y, ni bien llegó a casa, cerró la puerta tras de sí.

En la sala de estar, Adrienne estaba de cuclillas frente a la heladera para alcanzar el helado. Cuando vio que su madre regresó de la nada, el miedo la invadió, pero Everleigh entró directamente a la casa, sin prestarle atención a ella. Al instante, intercambió una mirada con su hermano.

—Alastair, ¿por qué mamá ha vuelto tan temprano?

—No lo sé —respondió él. Sus delicadas cejas se fruncieron ligeramente, luego miró la puerta cerrada y dijo en tono pensativo—: Parece que mamá está de mal humor.

De inmediato, Adrienne volvió a poner el helado en la nevera sin hacer ruido.

—Entonces no comeré más helado —afirmó.

—No es por ti.

—¿Entonces por qué?

—Probablemente por el trabajo. Últimamente mamá parece estar muy cansada —explicó Alastair—. Adrienne, sé una buena niña y no salgas tan seguido. Evitémosle molestias a mamá.

La niña dio un suspiro profundo, como si fuera una adulta, y dijo con firmeza:

—Está bien, quiero que mamá sea feliz —Después, miró la puerta pensativa y sus ojos oscuros y redondos brillaron como las estrellas.

Entretanto, Everleigh fue a su dormitorio y apoyó su cabeza sobre la almohada. Sentía que su mente estaba hecha un desastre, pero en el segundo en que se acostó pasó a estar completamente en blanco.

No importaba lo que la Sra. Godfrey dijera, ni hoy ni hace siete años. Ella no fue más que un factor insignificante en su ruptura con Theodore. En ese entonces era joven e ingenua y creía que el amor podía con todo, y como ambos estaban enamorados, nada podría interponerse entre ellos, ni siquiera la Sra. Godfrey.

Por lo tanto, ni el vaso de agua que le arrojó ni la humillación que tuvo que soportar fueron determinantes, ella estaba decidida a permanecer junto a Theodore. Pero, ¿en dónde estaba todo ese coraje ahora? Parecía haberlo perdido.

Mientras estaba recostada, el tiempo pasó sin percibirlo. De repente, escuchó el sonido de la puerta abriéndose suavemente. Cuando abrió los ojos, vio a Adrienne con dos colas de caballo, sosteniendo un paquete de caramelos gomosos en la mano y mirándola.

—Mami —la voz de la niña era muy suave—, ¿quieres dulces?

Mientras hablaba, sacó un caramelo rosa del envoltorio y lo puso cerca de la boca de Everleigh.

—Ten, es sabor durazno —le ofreció.

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