La puerta se cerró y la habitación quedó en silencio. Al instante, Everleigh sacó su celular del bolsillo y vio dos de las llamadas perdidas de Christopher Meyer. Al mirar la hora en que las recibió, supuso que fue cuando estaba hablando con la Sra. Godfrey. En ese momento, su celular estaba en modo silencio.
De inmediato, marcó su número y lo llamó. Ni bien realizó la llamada, esta fue contestada, parecía que Christopher estaba esperándola.
—Everleigh, ¿estabas muy ocupada con el trabajo? ¿Por qué no me atendiste antes? —Se escuchó la voz de Christopher desde el otro extremo.
—Mi celular estaba en silencio y yo estaba con alguien, así que no vi tus llamadas —explicó ella.
—¿Con quién estabas?
—¿Por qué preguntas eso? En fin, ¿por qué me llamabas?
—¿Crees que quería llamarte? Esta tarde estaba viendo una película con mi novia cuando me enteré de que volviste a tener problemas. Hasta dejé a mi chica en el cine para tratar de ayudarte.
Everleigh se quedó atónita y en silencio.
—Stainley me llamó para decirme que una mujer te sacó del trabajo —prosiguió él.
Al escuchar esto, Everleigh finalmente entendió de qué estaba hablando.
—¿Qué pasó? —La voz de Christopher se volvió un poco más seria de lo habitual—. Era la madre de Theodore Godfrey, ¿no?
—¿Es ella la única mujer que podría sacarme del trabajo?
—Veo que todavía estás de humor para bromear conmigo. Parece que ya estás bien —bromeó Christopher—. Cuéntame, ¿qué ocurrió? Han pasado siete años, no tienes nada que ver con Theodore. ¿Te has vengado de ella por arrojarte ese vaso de agua? Si no lo has hecho, ¡págale con su propia moneda a esa perra!
Everleigh se sentía bastante deprimida al principio, pero no pudo evitar reír al escuchar las bromas de Christopher.
—Está bien, está bien. ¿Podrías ser un poco más serio? ¿De verdad pensaste que haría algo así? —preguntó ella.
—¡Claro que sí! ¿Sabes cuántas veces estando borracha me dijiste que querías hacer eso? Incluso me hiciste jurar que si alguna vez llegaba la oportunidad, tendría que darte el vaso y asegurarme de que estuviera lleno para que pudieras tirárselo a la cara...
El gusto y la tolerancia de Everleigh por el alcohol eran igualmente terribles. Solo un puñado de personas la habían visto borracha. Cuando estaba en el extranjero, el único en quien confiaba para beber era Christopher, por lo tanto, sabía que estaba diciendo la verdad.
—Cuando regrese te ayudaré a llevar a cabo ese plan, ¿de acuerdo?
—Okey —exclamó Everleigh mientras se daba la vuelta en la cama y miraba el techo—. Me conoces, no le tengo miedo a nada, pero debes saber que la Sra. Godfrey es una persona vengativa. Cuando llegue el momento, puede que incluso quiera arruinar tu empresa.
—No me asusta. Mi hermana se está encargando de mi compañía, ¿crees que se atrevería...?
—Los que no lo hacen son cobardes.
—Sí, cobardes —concluyó él.
Luego comenzaron a hablar de tonterías y la nube oscura y opaca que Everleigh tenía en su mente se disipó gradualmente. Poco después, Christopher cambió repentinamente de tema:
—Dijiste que la Sra. Godfrey era vengativa y como todavía te odia por algo que sucedió hace siete años, ¿por qué no hizo nada más que arrojarte agua para vengarse de ti? Parece que Theodore es influyente en esa casa.
Aquel comentario le recordó algo a Everleigh. Cuando pensó en ello, sintió que su corazón latía con fuerza y súbitamente la expresión de su rostro cambió.
—¿Everleigh? —preguntó Christopher al no recibir respuesta de ella—. ¿Estás ahí?
En ese instante, Everleigh recobró el sentido y dijo:
—Acabo de pensar en algo.
Como ya era de noche, Everleigh se despidió de Christopher y colgó la llamada. Rápidamente se reincorporó y llevó a los dos niños al supermercado a comprar víveres para la cena, todavía con muchas cosas en la cabeza.
A Adrienne le encantaba ir de compras al supermercado, mientras caminaba por los pasillos siempre arrojaba todo tipo de bocadillos en el carrito. Sin embargo, ese día, no lo hizo.
—Adrienne, ¿quieres uno de este? —le preguntó Alastair mostrándole un estante lleno del chocolate favorito de su hermana.
Al instante, los ojos de Adrienne se iluminaron, pero un segundo después negó con la cabeza y dijo:
—No.
—¿Por qué? —inquirió Everleigh mirándola extrañada—. ¿No te gustaba esta marca de chocolate?
De pronto, la niña bajó la voz y explicó:
—Está bien si no me lo compras, quiero que estés de buen humor, mami. Si no me compras golosinas, ya no tendrás que trabajar.
Al escuchar las razones de su hija, Everleigh se sorprendió. La niña aún recordaba lo que dijo por la tarde y eso la hizo sentirse conmovida.
—Adrienne, no estoy molesta por el trabajo —decía al tiempo que se ponía de cuclillas y abrazaba a su hija—. ¿Quién dijo que no podía comprarte chocolate?
—¿De verdad? —exclamó Adrienne sonriendo—. ¿No estás molesta por el trabajo?
—Claro que no. Además, ya me siento mucho mejor. Tú eres mi rayo de sol, ven, déjame ver esa sonrisa tuya.
Mientras terminaba su oración, estiró el dedo y tocó la mejilla de Adrienne. Ella se rio de inmediato, y su pequeño rostro le pareció un girasol completamente florecido.
Las carcajadas de la niña resonaron en otro pasillo, en donde una figura alta las escuchó y se congeló al instante.

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