Theodore le quitó el caramelo sin decir nada y Everleigh retiró la mano lentamente, flexionando los dedos. No pudo evitar sentir que estaba en un sueño y que el hecho de que Theodore tomó el caramelo no fue más que un producto de su imaginación. No había manera de que de verdad lo hiciera.
Mientras tanto, en el asiento trasero, Alastair miraba el paisaje fuera de la ventana cuando de repente preguntó:
—¿Tu casa está cerca?
—En realidad, no —respondió Theodore.
Sus palabras hicieron que Everleigh, que estaba ayudando a Adrienne a limpiarse la boca, se congelara. Si no vivía cerca, ¿por qué vino hasta aquí para comprar? Además, sabía que su departamento estaba cerca. No quiso preguntar, pues no parecía estar dispuesto a explicarse.
Pronto, el coche llegó a su apartamento. Luego de entrar, Everleigh fue a la cocina y le sirvió una taza de té.
—Toma un poco de té. Empezaré a cocinar ahora —afirmó.
—Okey —contestó él.
Ni bien Everleigh entró a la cocina, Theodore miró a su alrededor. El lugar parecía más desordenado que la última vez que lo visitó. Everleight debió haber estado muy ocupada con el trabajo y no habrá tenido tiempo para ordenar.
—¡Papá, toma un helado! —Una dulce voz llegó a sus oídos y lo devolvió a la realidad.
De inmediato, Theodore se dio la vuelta y vio que Adrienne abrió el helado recién comprado, sacó una cucharada muy generosa y se la ofreció. Cualquier corazón se derretiría al ver lo adorable que era. En ese momento, sintió que estaría encantado de tener una hija como ella.
Entretanto, la silueta de Everleigh en la cocina estaba ocupada preparando la cena y el ruido de los niños jugando en la sala colmaba el ambiente. De repente, la puerta del balcón se abrió levemente y el viento de la tarde barrió las cortinas, dejando ver el hermoso cielo de la tarde.
Theodore se encantó con esa vista. A veces, las cosas más simples de la vida era todo lo que se necesitaba.
Media hora después, Everleigh sirvió los platos y todos se sentaron alrededor de la mesa. Al instante, Theodore miró los platos frente a él y preguntó:
—¿A esto te referías cuando dijiste que sabías cocinar?
Sobre la mesa, lo único que parecía comestible eran las patas de pollo, el resto estaba irreconocible. Parecía como si fuera solo un bulto negro.
—Mientras esté cocido... —replicó Everleigh con el rostro un tanto rígido y agitando sus cubiertos—. Comamos. Hay verduras y pollo, eso es suficiente.
En ese instante, Adrienne levantó la mano para cubrirse la boca de modo que Everleigh no pudiera escucharla y le susurró a Theodore:
—Te lo dije, no esperes mucho de la comida de mamá. Es terrible.
—Adrienne, ¿qué dijiste? —preguntó Everleigh con un tono de advertencia.
Adrienne le sacó la lengua a Theodore y luego se tapó la boca.
—No dije nada, no dije nada —negó la niña.
Theodore agarró sus cubiertos, dio unos golpecitos en uno de los platos y preguntó:
—¿Qué es esto?
Everleigh lo miró y contestó con orgullo:
—Esas son berenjenas.
Todo lo que había en el plato era un bulto negro. A juzgar por su apariencia, podría confundirse fácilmente con una especie de salsa para mojar. Luego de la respuesta de Everleigh, él frunció el ceño y dio unos golpecitos en otro plato.
—¿Qué hay de esto?
—Son huevos fritos.
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