El personal del zoológico trajo un panda bebé y le enseñó a Theodore cómo interactuar con él. Si bien los pandas se ven mansos e inofensivos, la realidad es que tienen una horrible combinación de afilados dientes y una mordida muy fuerte, para nada desdeñable.
Es por esta razón que al público general no se le permitía tomarse fotos con ellos, salvo en ocasiones especiales como esta. Aquellos animales de apariencia inocente podían causar un gran desastre con sus rasguños y mordeduras.
Mientras Theodore jugaba con el panda, los dos niños se pusieron de cuclillas uno al lado del otro y observaron la interacción con entusiasmo. Alastair, que siempre había tenido una actitud fría hacia todo, también mostró un gran interés por lo que estaba sucediendo.
De pronto, instintivamente Adrienne se adelantó, queriendo ver al oso más de cerca, pero Alastair la detuvo y la empujó suavemente hacia atrás para mantenerla una distancia segura. En ese momento, la niña parpadeó asombrada y se sostuvo la barbilla con ambas manos.
—¿Tiene nombre? —le preguntó al empleado a su lado.
—Sí, la llamamos Poppy —respondió el personal de Mundo Panda con una sonrisa.
—¿No come nada más que bambú?
—No, claro que no. Como los niños, tiene que comer frutas y algo de carne para estar bien nutrida.
—¡Ah, claro! —exclamó Adrienne con los ojos iluminados, como si acabara de aprender algo nuevo.
—¡Muy bien, es hora de las fotos! —afirmó otro de los empleados del zoológico.
Como el personal no notó ningún conflicto entre Theodore y el panda, le indicó al camarógrafo que se preparara para la sesión de fotografía.
—Papá, siéntate más cerca de mamá. Puedes usar los juguetes para interactuar con Poppy, así la foto se verá más natural —coordinaba un empleado—. ¡Vamos, mami! ¡Un poco más cerca, por favor!
Una sesión de fotografía como esa habitualmente dura cinco minutos, pero la de Everleigh y su familia ya llevaba casi diez minutos. Sin dudas, las personas atractivas siempre eran bienvenidas dondequiera que fueran.
Al principio, Everleigh estaba un poco incómoda, pero luego la animada atmósfera la contagió de buen humor y naturalidad. Durante un largo rato alimentó al panda junto a sus hijos y los cuatro rieron a carcajadas. Poco a poco, incluso se olvidó de que el fotógrafo estaba allí.
Cuando la foto estuvo lista, se le entregó la única copia a Everleigh, quien la guardó con cuidado dentro de su bolso. Sabía que una vez que dejara el zoológico, nunca volvería a vivir algo así, pero al menos se sintió afortunada de tener una foto de los recuerdos de esa tarde.
A medida que avanzaban fuera de Mundo Panda, el estado de ánimo de Everleigh mejoró. De hecho, había dejado de preocuparse tanto por el día y en su lugar se llenó los ojos de las caritas felices de sus hijos.
Al verlos tan contentos, decidió hacer como si los últimos siete años no existieran. Esa tarde era un regalo del destino para ella y sus hijos.
Poco a poco, más y más nubes oscuras se acumularon en el cielo, hasta que finalmente fueron cubrieron los últimos rayos de luz. Poco después, un rayo atravesó el cielo, seguido por un fuerte aguacero.
Rápidamente, Thedore y Everleigh sacaron a los chicos de Casa Hipopótamo, cada uno con un niño en brazos. Llegaron a la entrada de Auditorio Delfín justo cuando la lluvia se hizo más intensa. En ese instante, protegida por los brazos de Theodore y cubierta por su abrigo, Adrienne asomó la cabeza y, luego de suspirar, exclamó:
—¡Qué lluvia tan fuerte!
Everleigh rápidamente sacó un pañuelo de papel de su bolso y se lo pasó a Theodore.
—Ten, estás todo mojado.
La lluvia había empapado el cabello anteriormente limpio y prolijo de Theodore. Él, como si nada, se limpió las gotas de lluvia de la barbilla con su propio pañuelo y preguntó:
—¿De qué estás hablando?
—No, nada —dijo Everleigh negando con la cabeza—. Qué bueno que traje un paraguas, Alastair y yo no nos mojamos casi nada.
El paraguas que había llevado tenía el tamaño justo para cubrirla a ella y a Alastair, pero no fue suficiente para Adrienne. En ese momento, la niña escondió el cuello en el traje de Theodore, dejando ver una pequeña mano que sostenía el borde del traje. Ella sonrió y dijo:
—Mami, yo también tengo un paraguas. ¡No me mojé!
—Todo es por tu culpa —le recriminó Everleigh a Adrienne—. Si no hubieras insistido en venir aquí, Theodore no se habría mojado.
—Es sólo un poco de lluvia —replicó Adrienne. Acto seguido le sacó la lengua, como si no tuviera miedo de nada.
—Vamos. —Se hizo oír la voz de Theodore. Everleigh sintió que había algo extraño en su tono de voz. ¿Estaba molesto? ¿Era porque se mojó con la lluvia?
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