Castigado por su amor romance Capítulo 253

“¡Quiero ver a mi mami!”, gritó Aino sin dudarlo.

La puerta se abrió de inmediato y Kingston lo tomó como la señal para que se fuera. Aino entró como si fuera la dueña del lugar y encontró a su madre descansando en la habitación.

“Mami, ¿por qué estás durmiendo otra vez?”, preguntó con curiosidad.

“Em, mami se sentía un poco mal, cariño. Dime, ¿comiste bien?”, preguntó Sabrina.

“Mami, comí tanto que mi estómago estaba muy lleno, fue divertido. El Tío Kingston me contó muchas historias”, dijo Aino. Aunque ya pensaba que el Tío Kingston y el vagabundo apestoso eran cada vez menos molestos, si no hubiera sido por el miedo de su madre al hombre, Aino podría haber empezado a llamar al vagabundo apestoso ‘papi’.

“Mami, ¿estás enferma? ¿Tienes fiebre?”. Aino tocó suavemente la frente de Sabrina con preocupación.

“Mami está bien”. Sabrina bajó la voz, sintiéndose culpable al hablar. “Mami solo sintió pena porque casi se olvido de ti y de tu tío”.

“Aino, tu madre necesita descansar. ¡Sal de ahí!”, ordenó Sebastian con una expresión severa.

Aunque Aino no lo admitiera, todavía se sentía ligeramente intimidada por el vagabundo apestoso y no se atrevió a discutir. Asintió obedientemente y permitió que Sebastian la tomara de la mano. Lo siguió a regañadientes.

“¡Vagabundo apestoso!”. Aino se inclinó hacia Sebastian y su expresión era seria al decirle: “¿Por qué no llevas a mami al doctor si está enferma?”.

“¡Tu madre no está enferma!”.

“¡Mentiroso! Si tuvieras razón, ¿por qué está mami tan cansada?”, preguntó Aino enojada.

El cuello de tortuga de piel de conejo cubría perfectamente las marcas que Sebastian le había dejado en el cuello, dejando suficiente espacio para que se viera la piel sedosa sin marcas.

Había un fino cinturón de cuero marrón en el otro lado del suéter, que casi no encajaba con el atuendo.

El suéter en sí era ligeramente más largo que los suéteres habituales. Sabrina llevaba otro cinturón en la cintura que complementaba con el que tenía en el hombro izquierdo. El cinturón enfatizaba su delgada cintura cuando se abrochaba.

El pantalón negro que le llegaba hasta el tobillo, de corte ajustado, realzaba la forma de sus piernas y las alargaba visualmente. Los tacones eran más altos de lo que Sabrina estaba acostumbrada, pero eran sorprendentemente cómodos. No era de extrañar que las mujeres que la rodeaban parecieran preferir siempre los tacones más costosos.

De repente, la puerta se abrió a su espalda. Sabrina se sobresaltó y se giró bruscamente, justo a tiempo para ver entrar al hombre. Por un momento, Sebastian se quedó asombrado al ver a Sabrina vestida con la ropa que le habían preparado.