Pero ahora, ¿el clóset donde guardaba su ropa… estaba vacío?
Leandro se burló para sí, con una mueca de desprecio. ¿Así que quería hacerse la valiente y largarse de la casa? ¿Se fue a vivir con Eloísa?
¡Perfecto!
A ver si de verdad nunca vuelve.
...
A la mañana siguiente, al amanecer.
Camila despertó y se dio cuenta de que estaba en una habitación totalmente desconocida. Por suerte, seguía con la ropa del día anterior. No se detuvo a pensarlo demasiado y se levantó deprisa para salir de ahí.
Apenas puso un pie fuera del cuarto, alguien la detuvo.
—Señorita Guevara, ya despertó.
—¿Señor Ferrer? —Camila lo miró con desconfianza y desconcierto.
Martín le dedicó una media sonrisa tranquila.
—Ahora no estamos en horario de trabajo. Llámame por mi nombre, por favor.
—¿Dónde estoy? —Camila preguntó, aún más confundida.
Martín notó su tensión y de inmediato intentó calmarla.
—Es mi departamento. No hay nadie más aquí.
Y era cierto. Aparte de él, no había rastro de nadie.
Pero, ¿cómo había terminado en su departamento?
Recordó vagamente lo que pasó la noche anterior: Leandro la bajó del carro, el dolor en el estómago la hizo perder la conciencia… y después…
—Ayer en la noche te desmayaste en la calle. Llamé al señor Ortiz, pero no contestó. No llevabas tu celular y no sabía a quién más buscar, así que te traje para acá —Martín se adelantó a explicarle todo, sin dar cabida a malentendidos. Luego le preguntó—: ¿No te fuiste con el señor Ortiz? ¿Por qué estabas sola en la calle?
Era cierto. Anoche, él mismo la había visto subirse al carro de Leandro.
¿Quién iba a imaginar que Leandro la dejaría botada a medio camino?
A él ni le importaba lo que le pasara.
Camila trató de sonreír, aunque por dentro sentía el alma hecha pedazos. Mintió sin titubear.
—Comí de más y salí a caminar para bajarlo.
Martín negó con la cabeza, resignado.


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