Aprovechando que no había nadie cerca, Valentina se acercó de prisa a Leandro, lo tomó del brazo y le preguntó con dulzura:
—Leandro, ¿tienes tiempo esta noche?
Leandro apartó su mano con gesto indiferente y replicó:
—Mejor vete a descansar.
—Entonces te espero en casa, ¿sí? Cuando termines, ven, ¿de acuerdo? —insistió Valentina, usando ese tono juguetón que tanto le gustaba.
—Ajá —asintió Leandro, sin darle mayor importancia.
Volvió a su oficina, encendió la computadora y en cuanto abrió el sistema de la empresa, le apareció una notificación: solicitud de baja laboral.
Normalmente, los trámites de renuncia los gestiona el área de recursos humanos, pero si el que renuncia es un jefe de departamento, la solicitud le llega directamente a él.
Sin embargo, cuando los supervisores deciden renunciar, por lo general primero lo platican con tiempo.
Leandro abrió la solicitud y, para su sorpresa, quien la había enviado era Camila.
¿Camila había presentado su renuncia?
Aún no terminaba el asunto de anoche y ahora ella salía con esto. ¿De verdad quería armar un escándalo mayor?
Leandro tomó el teléfono y marcó directo a la oficina de finanzas. Contestó Iris.
—Bueno, oficina de finanzas.
—¿Dónde está Camila? —Leandro preguntó, esforzándose por mantener la calma.
Iris apenas vio que la llamada venía de la oficina de dirección y contestó nerviosa:
—Señor Ortiz, la señorita Guevara pidió permiso y ya se fue.
¿Permiso?
Ayer por la tarde también pidió permiso y hoy otra vez.
Como directora de finanzas, sí que se tomaba muchas libertades.
Leandro trató de no explotar y preguntó con voz cortante:
—¿Quién le autorizó el permiso?
Iris se apresuró a explicar:
—De veras, creo que ya te afectó la chamba.
Camila, muy seria, replicó:
—Estoy más lúcida que nunca.
—¿Pero por qué te vas sin nada? —Eloísa no podía con la indignación—. ¡Estos cinco años en la familia Ortiz te partiste el lomo! Todos los días trabajando como si tuvieras que multiplicarte y, aun así, haciendo de niñera para Leandro. ¿De verdad crees que eso es justo para ti?
—No soy una persona común, soy una diosa —respondió Camila poniendo una mano en el pecho, como si hablara de una verdad absoluta.
Eloísa ya no sabía si reírse o llorar.
—No me importa, eso de irte sin nada no te lo permito —le advirtió con firmeza.
Camila entendía que Eloísa lo decía por su bien, porque le preocupaba.
Pero, la verdad, ella se había enamorado de Leandro, no de su dinero. Y ahora, ni siquiera a Leandro quería. ¿Qué le importaban entonces esas cosas materiales?
Además, en estos años había logrado ahorrar lo suficiente.
—Yo tengo dinero, no me hace falta lo de él —dijo Camila, fingiendo que no le importaba en absoluto.

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