Isabella, se encontraba en el pequeño espacio que fungía como cocina acompañada de otras cinco o seis mujeres que colaboraban con la preparación de la comida. Los días en las cuevas eran tristes y sumamente solitarios, aunque estuviese rodeada de muchas personas. Rogaba a Dios internamente para que ocurriese un milagro que le permitiera volver a Palacio.
Extrañaba a Zabdiel, extrañaba sus besos, su amor, la forma en que la miraba. Se sentía sumamente triste y un poco miserable.
No comprendía cómo aquellas mujeres que fueron raptadas preferían quedarse a vivir en aquellas circunstancias.
Llevaba dos días en aquel lugar y se había ajustado como todas las demás; usaba túnicas robadas, su cabello estaba hecho un desastre e intentaba mantenerlo oculto, por sugerencia de las mujeres que aseguraban que su color de cabello podría traer muchos problemas, sus manos estaban llenas de ampollas por el arduo trabajo y estaba muy agotada. Compartía su pequeño espacio en la cueva con otra mujer y su pequeño hijo, era un espacio tan pequeño para tres personas que sentía que no soportaría mucho más, durmiendo en el piso con esas mantas, y todas esas personas a su alrededor, la sensación de claustrofobia era totalmente asfixiante. No había minuto en el que no pensara en Zabdiel. . . su adorado Jeque, ese que le había robado la razón y el corazón.
Era extraño saber que aunque tenía dos días en aquel lugar, no había sido reclamada por ninguno de sus hombres, aunque muchos la mirasen deseándola, tampoco había escuchado ningún plan de ser vendida, no comprendía lo que estaba ocurriendo. Esas miradas de deseos de algunos hombres, pero se cohibian, era como si ella fuese una mujer prohibida. Ningún hombre la tocaba o se le acercaba, tan solo la retenían allí, y eso era realmente extraño.
No sabía qué pensar, pero no había momento en el que no pensara en que quizás existía alguna posibilidad de escapar. No creía que Zabdiel, pudiese encontrarla ya que las cuevas, como aquellas personas le llamaban, estaba bien camuflada, desde afuera era imposible que quién no la conociera encontrara la entrada. Pero ella no estaba dispuesta a quedarse allí sin hacer nada, encontraría la forma de escapar.
Una hermosa chica se acercó a ella, con una sonrisa triste. Sus profundos y hermosos ojos azules resaltaban en su hermosísimo rostro, su hermoso cabello oscuro, sus perfectas cejas, su boca llena y un bellísimo cuerpo que se adivinaba bajo la túnica azul. Era una jóven impresionantemente hermosa, de esas que seguramente están acostumbradas a robar el aliento a cuánto hombre la conocía. Sin lugar a dudas había sido afortunada al ser dotada de tan magnífica belleza.
-¿Soñando con los ojos abiertos, rosa inglesa?- ¡Bien!, por lo visto todo el mundo le diría así, nadie le decía Isabella, solo Rosa o Rosa Inglesa , si las cosas continuaban así, comenzaría a creer que ése era su nombre de pila. . . ¡se volvería loca!
-Algo así- reconoció con una débil sonrisa- soñar me aleja de está dura realidad.
-Será mejor que te acostumbres a estar aquí- se encogió de hombros- será más fácil para ti. Mientras más pronto te hagas a la idea de que pasarás tus días aquí, será mucho mejor para ti.
-Jamás me resignaré a estar en este lugar- le dijo con vehemencia- soy una mujer con derechos y dentro de ellos se incluye el derecho a la libertad. Aquí me tienen como una prisionera.
-Entiéndelo, rosa- le dijo- es más fácil así. tú mismas te torturas con imposibles.
-Me niego- exclamó decidida- no me resignaré a vivir en este lugar, tengo que ser libre nuevamente.
-Eso sólo aumentará tu tormento. Por cierto es un gusto conocerte, todos en la fortaleza hablan de ti. Mi nombre es Azhohary. . .
Isabella, se quedó de piedra, observando aquella hermosa joven, ¿Azhohary?, ¿podría ser casualidad?
Aquella chica era una de las tres hermanas que habían sido raptadas, Isabella, nunca podría olvidar sus nombres.
-¿Azhohary?- le preguntó con ojos enormes.
-Así es, rosa inglesa, ¿verdad que es un bonito nombre?- le preguntó con una gran sonrisa- me lo dió mi padre- dijo con la mirada triste.
-¿Eres la hija de Raffá?- la aludida abrió sus lindos ojos azules y la miro luego con el ceño fruncido.
-¿Conoces a mi padre?- preguntó con voz temblorosa, sintiendo como algo se inquietaba en su pecho.
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