Saúl también vio a Beatriz.
¡Yo...!
¿Qué rayos está pasando?
¡Caray, esto sí que no me lo esperaba!
¿Cómo es posible que Beatriz apareciera de repente aquí? ¿No se supone que ya se había ido?
De golpe, el rostro de Saúl cambió. Se quedó helado, como si le hubieran caído encima varios rayos.
Aunque, bueno, si ella escuchó todo lo que dijeron, al menos así se le quitarían las ganas de seguir detrás de Javier.
Beatriz observaba a Saúl, que tenía una cara tan colorida como una paleta de artista.
Sus labios pintados soltaron una sonrisa cargada de burla.
El ambiente, de repente, se volvió tan tenso que hasta el aire parecía haberse esfumado.
—Beatriz, ¿qué haces aquí? —Saúl dio un paso al frente, los nervios marcados en su voz.
Javier solo miró a Saúl y luego a Beatriz, frunciendo el entrecejo.
—Beatriz, déjame explicarte, lo que escuchaste hace rato fue un malentendido...
—¿Malentendido? —Beatriz respondió con una sonrisa sarcástica—. ¿"Muñeca sin chiste"? ¿"Torpe y boba"? ¿"No sabe ni cómo pararse en un evento"? ¿"No sirve ni para cargarle los zapatos a Gabriela"?
Saúl, yo ya sabía que eras un patán, sabía que eres un arrastrado, y aunque entendía que no eras buena persona, jamás pensé que fueras peor que un animal.
—¿De verdad disfrutas tanto jugar con los demás?
—Beatriz, tú... —Saúl abrió los ojos de par en par, sintiéndose acorralado.
Beatriz soltó una carcajada mordaz. Ese señorito consentido, que nunca había recibido un regaño, al fin tenía una probadita de su propia medicina.
—Señor Saúl, le veo la cara muy pálida, parece que la mala suerte lo sigue a todos lados. Mejor ya no presuma tanto aquí conmigo, ¿sabía que su segunda pieza de porcelana azul es falsa? Mejor vaya a presumirle a otro.
Saúl se quedó de piedra, sin poder creer lo que oía.
¿Cómo iba a ser falsa esa porcelana?
—Beatriz, ¿qué sabes tú? Esa pieza es de la época colonial, no puede ser una copia.
Su abuelo había pagado una fortuna para recuperarla del extranjero.
Beatriz se encogió de hombros, dibujando en los labios una sonrisa radiante.
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