Yanina ya lo tenía clarísimo: Marvin solo mostraba esa voz suave y ese trato lleno de ternura cuando le hablaba a Valentina.
Decir que no sentía nada, ni una pizca de dolor, era mentirse a sí misma.
Le dolía hasta el fondo.
Después de todo, ese era el hombre al que había amado con locura, y que aún seguía amando. Durante estos tres años, se había esforzado tanto, tanto, por conseguir que él la amara. Pero nunca lo logró.
Y sin embargo, en este mundo, había otra mujer que, sin mover un dedo, sin esfuerzo alguno, podía tener el amor de Marvin y todo ese trato especial que tanto había soñado.
Decir que no la envidiaba sería una mentira.
Yanina no solo sentía envidia. También sentía celos.
Aun así, se repetía que era una mujer que sabía soltar lo que no le correspondía.
Solo necesitaba tiempo. Estaba segura de que, con el tiempo, podría ver a Marvin como a cualquier otro desconocido.
Quien en verdad saldría perdiendo sería Marvin. Ya antes, su amor platónico lo había dejado plantado una vez. Ni siquiera aprendió la lección. Si en el futuro volvía a pasar, si Valentina le rompía el corazón de nuevo, Marvin terminaría arrepintiéndose. Y entonces, se daría cuenta de que había perdido a Yanina, tal vez la única persona en el mundo que lo amaba de verdad.
Cuando ese día llegara, ya no tendría nada que ver con ella. Sería problema de Marvin, no suyo.
...
—Ese peluche lo traje de Milán, era para compensarte tu regalo de cumpleaños —la voz grave y atractiva de Marvin resonó junto al oído de Yanina.
Se acercó tanto a ella que el calor de su aliento le rozó la piel.
Yanina ni siquiera notó en qué momento Marvin había colgado la llamada. Ella estaba completamente sumida en sus propios pensamientos. Pero apenas él habló, toda su atención volvió a centrarse en él.
Cuando se dio cuenta de que Marvin se acercaba, que estaba demasiado cerca, Yanina luchó contra las ganas de apartarlo y se desplazó hacia la puerta, como si el simple contacto le resultara insoportable.
Estaba claro que lo estaba rechazando.
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