Entrar Via

Del Dolor Nació la Diosa de la Venganza romance Capítulo 1

Su hija había muerto.

No hubo velorio, ni entierro, ni siquiera dinero para comprar un lote sencillo en el panteón.

Solo una caja negra que guardaba las cenizas de su hija, Fabiana. Todo lo que quedaba de ella estaba ahí, entre las manos de Gisela Salinas.

En la televisión del crematorio transmitían una boda fastuosa, de esas que parecen de cuento. El novio era el exmarido de Gisela, el padre biológico de Fabi, y la novia, esa mujer que siempre había sido el gran amor de su vida.

Por fin, él había logrado lo que tanto deseaba.

Gisela salió del crematorio abrazando la urna, mientras la lluvia caía a cántaros.

La joven que trabajaba ahí dudó un momento, pero al final no pudo evitar acercarse, preocupada.

—Señora, está lloviendo mucho. ¿Alguien viene por usted?

Gisela miró la urna. Su cara estaba tan pálida como el yeso.

Ya no quedaba nadie. Su única familia estaba en ese preciso instante celebrando su boda con su primer amor. A él ni siquiera le pasaba por la cabeza preguntarse por ellas, mucho menos enterarse de la muerte de su hija.

Y aunque tuviera tiempo, no habría ido a buscarla.

Nelson Tovar la detestaba.

Detestaba todo lo que tuviera que ver con ella.

Unos días antes, Romina Varela, manejando con su hijo en el asiento trasero, chocó contra el camión donde viajaban Gisela y Fabi. Fabi salió herida de gravedad, perdió el conocimiento en el acto.

Entre la multitud, Gisela encontró a Nelson.

Como quien se aferra a su última esperanza, corrió hacia él.

—Nelson, Fabi está muy mal, por favor, llévala al hospital. Te lo ruego, ayúdala.

Nelson la empujó sin miramientos. Ella cayó, se golpeó la cabeza y sintió que todo le daba vueltas.

—Gisela, ya basta de hacerte la víctima. Eso ya no sirve.

Él la miró con nerviosismo, tomó al hijo de Romina y se dirigió a la ambulancia.

Gisela, mareada, alcanzó a aferrarse al pantalón de Nelson. La desesperación la hacía temblar.

—Por favor, te lo suplico. Fabi también es tu hija…

Nelson la miró con desprecio.

—Gisela, ya te lo dije: en esta vida solo voy a tener un hijo, y será el que tenga con Romina.

—Tú y la hija que tuviste tampoco me importan, son basura para mí. Y no olvides traerme los papeles del divorcio de una vez.

Tras esas palabras, él la pateó para soltarse y subió a la ambulancia con el niño, que solo tenía unos raspones.

El corazón de Gisela se hizo trizas. Por llegar media hora tarde al hospital, Fabi no recibió atención a tiempo y murió en el quirófano.

Mientras tanto, el niño que Nelson rescató jugaba alegremente como paje en su boda, entregando los anillos a los recién casados.

Gisela soltó una risa amarga, la garganta le raspaba.

—Puedo regresar sola, gracias.

Y se adentró en la cortina de lluvia.

La joven la miró irse, quiso seguirla, pero no se atrevió a dar un paso más.

Ya había hecho suficiente. Además, no quería meterse en problemas con el señor Nelson.

Gisela caminó entre la tormenta, se quitó el saco y cubrió la urna con él, pegándosela al pecho, encorvando el cuerpo para protegerla del viento y el agua.

—Fabi, no dejaré que te mojes.

De pronto, un haz de luz atravesó la lluvia. Se escuchó un claxon y un carro negro se detuvo a su lado. Era un Maybach.

Gisela no se detuvo. Siguió caminando, terca.

...

—Nelson, los invitados ya te esperan. Ven conmigo a brindar.

Romina le extendió la mano, blanca y delicada.

—Claro —respondió Nelson con ternura, tomándola y guiándola fuera de la sala.

De pronto, su asistente irrumpió en el recinto, visiblemente alterado.

—Señor Nelson, Gisela se lanzó al mar.

Todos se quedaron petrificados. Alguien murmuró:

[¿Quién es esa Gisela? El señor Nelson ya se divorció, ¿no? Si vive o muere no es asunto suyo. No arruinen la fiesta, ¿no ven qué día es hoy?]

Sin embargo, Nelson se acercó de golpe, el rostro desencajado, y miró a su asistente con furia.

—¿Cómo dices?

De pronto, se forzó a reír, como si intentara convencerse a sí mismo.

—No puede ser. Seguro Gisela está mintiendo otra vez. Esa mujer es demasiado astuta como para morirse así.

La voz del asistente temblaba.

—Señor Nelson, es cierto. El equipo de rescate acaba de sacar el cuerpo de Gisela del mar. Y también…

—También encontraron la urna de su hija.

Todos se quedaron en silencio, sin atreverse a moverse ni a mirarse.

Solo Romina corrió hacia Nelson, lo tomó de la mano, con una mezcla de miedo y necesidad.

—Nelson…

Pero él ni siquiera la miró. Se soltó de su mano y salió caminando, con la mirada perdida.

La cara de Romina se descompuso de inmediato.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Del Dolor Nació la Diosa de la Venganza