Ambos bandos empezaron a pelear, lo que aterrorizó a Fabio. Quería detenerlos, pero temía que sus puños cayeran sobre él. El ágil guardaespaldas se centró solo en defenderse y no hizo ningún movimiento de ataque. Después de todo, Melinda era la madre de los niños y él no se atrevía a hacerle daño.
—¡Santiago! ¿Estás loco? ¿Qué tienen que ver mis hijos contigo? —Melinda se puso nerviosa cuando vio a Santiago entrar en el auto—. ¿Cómo puedes llevarte a los niños? ¡Podrían estar mintiendo! ¿No deberías confirmar primero lo que dicen?
De hecho, era una hábil luchadora. Como la habían obligado antes, aprendió artes marciales para defenderse después del incidente.
—¡Mami! ¡Mami! —Pamela asomó la cabeza por la ventana y comenzó a llorar de terror—. No le pegues a mi mami...
Samuel, por su parte, abrazó rápido a su hermana.
—No te preocupes. Mami estará bien. Serán ellos los que reciban una paliza.
Sin embargo, eso no detuvo los sollozos de Pamela.
—No llores. Mami siempre estará ahí para nosotros. —Luego se acercó al oído de Pamela y le susurró—: Lo que tenemos que hacer ahora es verificar que es nuestro papá.
El auto se puso entonces en marcha. Al ver eso, el guardaespaldas entró rápido al auto, cerró la puerta y el auto se alejó a toda velocidad justo delante de Melinda.
—¡Maldita sea! —Corrió tras el auto unos pasos antes de detenerse y gritarle—. ¡Robar niños a plena luz del día! ¿Cómo puedes llamarte a ti mismo hombre? ¿Incluso tuviste que usar a tus guardaespaldas? ¡Lucha conmigo uno a uno si te atreves!
«El secreto que he guardado durante siete años ha quedado al descubierto... Mi genial hijo y mi querida hija... ¡Santiago me los ha arrebatado!».
Se puso en cuclillas deprimida y se abrazó las rodillas, sintiendo el corazón vacío.
—¿Cómo pudo hacer algo así? ¿Qué derecho tiene?
—Señorita Melinda... —Fabio se agachó para ayudar a Melinda a levantarse—. No se preocupe. No les pasará nada a Samuel y Pamela. Quizá vuelvan mañana.
Sin embargo, Melinda sabía que nunca recuperaría su apacible vida.
—Al fin y al cabo, los niños siempre tienen curiosidad por todo. Cuando ya no les interese, pensarán que su madre es la mejor y volverán contigo.
Fabio trató de consolarla, pero eso no sirvió de nada. Lo único que Melinda quería hacer ahora era llorar.
«Pamela, esa niña tímida, siempre está pegada a mí. Incluso acaba de llorar. ¿Y si está asustada? ¿Le causará problemas psicológicos?».
—Señorita Melinda...
—¡Silencio! ¡No necesito que me consueles! —Melinda se levantó y se dirigió a su casa—. Samuel tiene la culpa; ¡debió hablarlo conmigo al menos! ¡En verdad estaba causando problemas al hackear sus ordenadores!
—Bueno, él lo discutió contigo, pero tú no estuviste de acuerdo.
—Tú...
—¡Perdón! Señorita Melinda, ¡no quería decir eso!
Fabio sonrió mientras hablaba. Lo que ocurrió fue en realidad algo bueno. Después de todo, ¡ese era el Señor Falcó!
«¡Tener un padre tan rico sería un sueño hecho realidad para mucha gente!».
Melinda se dirigió directo a su habitación.
—¡No entres en mi habitación! —exclamó, cerrando la puerta tras de sí.
Mientras tanto, en el Lamborghini que acababa de abandonar la escena, Santiago miraba fijo a los dos niños. Con las cejas fruncidas y la voz tenue, preguntó:
—¿Cómo se llama su madre?
Máximo se quedó mirando sorprendido al escuchar aquello. ¿Cómo podía no saber el nombre de la mujer cuando ya tenía hijos con ella?
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