— ¿Cómo así? Pensé que ibas a decir algo más elaborado —comentó Elisa, confundida por la respuesta.
— Creo que aún no me he dado cuenta de verdad de que no lo voy a ver más —explicó Eloá—. Por eso te dije eso.
— Pero… supongo que aún van a hablar por teléfono, ¿no?
Ella ya había pensado en esa posibilidad. Muchas veces, de hecho. Aunque estuviera a punto de partir hacia otro país, sabía, en el fondo, que mantener contacto con Henri sería un error. Un error peligroso. Por eso ya había tomado una decisión: en cuanto subiera al avión, bloquearía su número. Nada de mensajes, llamadas, ni nada que pudiera alimentar la más mínima chispa de esperanza en su pecho.
— No voy a tener mucho tiempo para estar conversando con nadie —soltó, con la voz más seca de lo que pretendía—. Me voy a estudiar, no de vacaciones.
La frialdad repentina en la respuesta hizo que a su hermana frunciera el ceño. Por un segundo, Elisa tuvo la impresión de que su hermana era otra persona.
— Espero que eso lo digas solo por él —respondió, con una sonrisa nerviosa—. Porque si no tienes tiempo para hablar conmigo, me voy a enojar mucho contigo.
Eloá soltó un suspiro, intentando no dejarse llevar por la sensibilidad que siempre afloraba cuando el tema era su hermana. Por más decidida que estuviera por endurecer el corazón, Elisa era su punto débil.
— Tú eres la única excepción en esta historia —dijo al fin, desviando la mirada para no exponerse demasiado—. Contigo… siempre voy a encontrar tiempo.
Elisa sonrió, aliviada.
— Aunque soy dramática, voy a fingir que te creo.
Negando con la cabeza, Eloá río suavemente.
Caminaron unos metros en silencio, hasta que Elisa, en un tono más bajo, se atrevió a preguntar:
— ¿Estás intentando protegerte, verdad?
— Estoy intentando sobrevivir —corrigió, sin pensarlo dos veces—. Me cansé de esperar algo que nunca va a pasar.
— Por si te sirve de consuelo… ahora pareces más fuerte —comentó con suavidad—. Se nota en tus ojos. Aunque estés triste, estás más decidida.
— Creo que nunca quise tanto que algo dentro de mí cambiara de verdad —admitió.
A lo lejos, divisaron la casa. Las luces ya estaban encendidas, lanzando un brillo suave sobre la terraza, donde sus padres estaban sentados, tranquilos. Denise se mecía suavemente en la hamaca, con un semblante sereno, mientras Saulo acariciaba su barriga ya algo saliente, en un gesto calmo y protector.
— Qué bueno que los gemelos ya vienen, ¿no? —comentó con una media sonrisa.
— Sí… —respondió Elisa, con los ojos fijos en la escena—. Ya quiero que nazcan. Va a traer una alegría nueva a la casa.
— Estoy segura de que este lugar se va a llenar de vida —dijo Eloá, deteniéndose un instante para admirar el paisaje frente a ella.
La luz del atardecer inundaba la parte trasera de la casa, tiñéndolo todo de tonos dorados. El cielo parecía pintado a mano, y el lago reflejaba esa melancolía hermosa que solo las tardes sabían traer. La vista era magnífica e inolvidable.
— Voy a extrañar esto —susurró, con un nudo en la garganta.
Elisa giró el rostro hacia su hermana y, al percibir la emoción reflejada en su mirada, no lo pensó dos veces. Se acercó despacio y la envolvió en un abrazo apretado.
— Va a ser raro no tenerte cerca —murmuró.
— Para mí también —respondió Eloá, con la voz emocionada, aunque intentara disimularlo.

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